Por el Padre Martín Ponce De León
Reconozco que debería escribir sobre la situación que se vive en Ucrania.
Una situación que me resulta imposible de entender puesto que existen intereses que movilizan esta realidad pero a la que, los ignorantes como yo, jamás habremos de llegar a comprender.
Lo cierto es que los fabricantes de armas han de estar frotándose las manos puesto que cualquier conflicto armado le implica un sin número de ganancias. Cifras que jamás habremos de imaginar y, en muchos casos, jamás habremos de llegar a suponer tantos ceros.
Lo cierto es que una gran cantidad de civiles habrán de vivir el terror de una violencia que dejará en ellos, para los sobrevivientes, una huella muy difícil de ignorar.
Debería escribir sobre ello pero no puedo dejar de lado lo que me tocó vivir días atrás.
El año pasado se me preguntó si iría a Salto para recibir un reconocimiento. Obvio que mi respuesta fue afirmativa no por el reconocimiento en sí sino por el hecho de ir a Salto.
Cualquiera que, medianamente, me conozca sabe que ese tipo de eventos no son muy de mi agrado pero… era una oportunidad para estar en Salto y no podía desaprovecharla.
En muy pocos días coordinamos día y hora y debimos ponernos en viaje.
El miércoles y ayer fueron días donde viví el reconocimiento y sus repercusiones.
¿Merecido o inmerecido? No soy yo el indicado para opinar sobre eso.
Solamente puedo decir que, para mí, fue algo desproporcionado puesto que no creo ser merecedor de algunos de los conceptos que se han vertido sobre mi persona.
Siempre se dice que los fallecidos eran muy buenas personas. Escuchando algunos conceptos (medio en broma y medio en serio lo digo) así me sentí. Participando de un velatorio de cuerpo presente y vivo donde faltaban las coronas y el cajón.
Por otro lado experimentaba que se reconocía a todas y cada una de las personas que, en diversas oportunidades, me habían acompañado y animado a continuar con una opción que no siempre es sencilla.
Son muchos nombres que vienen a mi memoria pero que no voy a pronunciar puesto que debería explicar la razón de cada uno de ellos.
También, es evidente, experimentaba un inmenso mimo al alma puesto que ha sido un camino donde no siempre las cosas han sido fáciles.
Es claro que no todo ha sido dificultades puesto que siempre he encontrado un sin número de gratificaciones que alentaban y animaban a continuar por una opción que entendía era la correcta pero tampoco puedo decir que las mismas no existieron.
En muchas, muchísimas, ocasiones me he sentido intentando dar sentido a mi vocación de salesiano y sacerdote transitando por un camino que, para muchos, carece de sentido.
Son muchas las veces que uno se pregunta hasta dónde está bien transitar por un camino que no está muy transitado o es, simplemente un capricho o una locura y, oportunidades como la del otro día, sirven para que uno se diga “valió la pena”
Eso lo digo sin dejar de reconocer que, para muchos, puede resultar incomprensible o inaceptable y, para otros, simplemente un disparate.
En lo personal experimento es una voz de aliento a continuar con un compromiso e intento de coherencia por más que siempre se está transitando en una cuesta y ella siempre está empinada puesto que las fuerzas físicas van menguando.
Le pedía a Dios fuerzas para intentar continuar por el mismo sendero y sin bajar los brazos, luz para poder reconocer mis errores e intentar poner lo mejor de mí en aquello que deba realizar y cercanía para poder continuar encontrando seres que me ayuden a ser útil.
El miércoles comencé diciendo un sincero “GRACIAS” y hoy continúo pronunciándolo puesto que es lo que siento ante ese desproporcionado reconocimiento.
Un mimo al alma que me compromete un poco más.
Por el reconocimiento y sus repercusiones: Gracias
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