Por el Padre Martín Ponce De León
Prácticamente todo se limita a un equivocado planteamiento.
Se presentan las dos realidades como si fuesen antagónicas y no complementarias.
Necesariamente complementaria.
Es evidente que esta distinta visión de Jesús no responde a un planteo ideológico o político sino que se debe a una visión distinta de lo que hace a la persona de Jesús y su actividad.
Resulta imposible desconocer lo que ha sido, durante muchísimo tiempo, la postura de la Iglesia y dicha postura ha sido tomada como la postura fiel a Jesús.
Era la postura de la vivencia de las prácticas y de los ritos.
Era un tiempo de obediencia y docilidad.
Era una fidelidad al culto y a todo lo que de ello emanase.
Se podría decir que era un tiempo donde a Jesús lo teníamos encerrado en el templo, allí lo encontrábamos, allí nos enriquecíamos de Él, allí lo vivíamos.
Prácticamente, se podría decir, era un tiempo donde todo giraba en torno al templo.
Hoy en día, según otras miradas, lo de Jesús dice de salir a la intemperie.
Es en el encuentro con lo cotidiano donde lo encontramos y donde lo hemos de vivir.
Parecería como que el templo va perdiendo sentido ya que Jesús nunca vivió una propuesta religiosa que no fuese en la intemperie.
En oportunidades hemos podido escuchar a personas que sostienen que vivir a Jesús es una realidad que se realiza a la intemperie sin la necesidad del templo.
Así podríamos continuar con estas dos miradas existentes hoy en día.
Podemos encontrarnos con posturas muy radicalizadas en ambos sentidos y las dos están colmadas de honestidad y buena voluntad.
Creo que nadie puede ubicarse en alguna de esas dos posturas y considerar que los que no están en la suya es porque actúan de mala fe y no son fieles a Jesús.
Debemos aprender a ubicarnos en una postura donde ambas miradas se complementen y ayuden a una vivencia fiel y comprometida con la propuesta del Jesús que encontramos en los relatos evangélicos.
El corto tiempo de “la vida pública de Jesús” es un tiempo de salir al encuentro de las necesidades concretas de sus contemporáneos.
Pero no podemos dejar de lado que es un tiempo, también, de una profunda unidad con “la voluntad de aquel que lo ha enviado”. Los relatos evangélicos nos hablan de Jesús pasando mucho tiempo en oración.
Es en esa oración donde encuentra la fuerza y la razón para salir a la intemperie.
Es en la intemperie donde encuentra motivos para su oración.
Los evangelios no nos muestran a Jesús empeñado en cumplir con los rituales que la religión del templo imponía.
Pero tampoco nos muestran a un Jesús que prescinde del fortalecimiento espiritual que la oración le proporcionaba.
En él ambas realidades van entrañablemente unidas.
La propuesta religiosa de su tiempo promovía injusticias y él habrá de actuar intentando revertir tal situación desplazando el centro en su propuesta. El centro no estará, según Él, en el cumplimiento de “la Ley” sino en el otro como persona.
Esto nos lleva, si es que lo queremos vivir con mayor fidelidad, a un salir a la intemperie fortaleciéndonos por todo aquello que nos brinda el templo.
Lo del templo no debe ser una obligación sino una necesidad que nos ayude e impulse a salir a la intemperie e intentar llevarlo desde lo que hacemos.
Cuando logramos salir a la intemperie, todo se nos vuelve búsqueda y se acrecientan las oportunidades de desconcertarnos o equivocarnos.
Allí nos encontramos con que todo es imprevisto, lleno de novedad y no existen las seguridades que lo ritualmente establecido nos puede ofrecer.
Cuando logramos salir a la intemperie nos encontramos con un Jesús que, desde cada rostro, nos cuestiona y nos mima.
No es una cuestión de oposición entre ambas miradas sino una cuestión de complementariedad que nos mima el alma.
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