Por el Padre Martín Ponce de León
El verano se hace sentir. El sol tiene una fuerza abrasadora. Las primeras horas de la tarde son muertas en la ciudad. Nadie anda por las calles.
Muy poco tránsito se puede apreciar. El sol da a pleno sobre el hormigón de la calle y lo hace quemante. En oportunidades algunas nubes se hacen presencia y motivan la ilusión y el alivio. Personalmente sé que me agrada el calor.
Lo disfruto en comparación con el frío al que sufro. Muy difícilmente una mi voz a esos muchos que no hacen otra cosa que quejarse del calor. Quizás, sí, puedan haberme sentido quejar del frío.
Soy un convencido de que cualquiera de las dos quejas son inútiles ya que no habrán de modificar la situación. Pero, también, estoy convencido que la queja es una actitud muy propia de nuestra condición. Siempre encontramos razones para quejarnos.
Nunca estamos completamente conformes con lo que nos toca vivir.
Tenemos sobradas razones para sabernos privilegiados pero, lejos de expresar tal realidad, solemos despuntar alguna queja.
En estos días hemos escuchado de zonas de nuestro país donde se ha terminado el agua potable. Ni idea nos podemos hacer de lo que significa vivir situaciones de tal magnitud. Pero, no importa, nos quejamos como si fuésemos nosotros quienes estamos recibiendo agua potable en bolsitas. Quienes suelen vivir en tales situaciones no son hogares donde las comodidades y el confort son notorios. Suelen ser hogares donde las carencias y las limitaciones van de la mano.
Pero, no importa, nos quejamos mientras los aparatos nos hacen estar en un ambiente acondicionado y fresco. Pero, no importa, nos quejamos mientras podemos sumergirnos en la piscina ubicada en el fondo de nuestra casa.
Si no somos capaces de ser medianamente sensibles ante lo que viven, hoy, gente de nuestro pequeño país mucho menos lo habremos de ser con lo que pueden vivir seres más distantes dentro de esta gran aldea global que es nuestro planeta.
Parecería somos los únicos, dentro de todo el planeta, afectados por el calor de un verano tórrido. No somos seres de plástico que no sentimos el calor o el frío.
Existen seres que sufren las altas temperaturas y ven, con ellas, afectadas su salud.
Existen seres que sufren las bajas temperaturas y tienen, debido a ellas, problemas de salud. Pero no pensamos en ellos. Pensamos en nosotros y nos quejamos.
Pensamos en nosotros y protestamos. Sin duda que esta ola de calor ha servido para ejercitar nuestra capacidad de quejarnos.
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