La estufa
Por el Padre Martín Ponce de León.
Ha de ser uno de los disfrutes más particulares que puedo encontrar. Junto a su boca uno puede sentarse con tranquilidad puesto que allí se encuentra con un clima muy particular. Allí están una serie de taburetes que son mis asientos predilectos y un clima tibio por demás reconfortante. Si uno desea sentarse allí para disfrutar del fuego puede hacerlo con total tranquilidad ya que el mismo nunca es tan intenso que corre de su lado. Generalmente es un fuego que permite la cercanía y disfrutarle en el incesante danzar de las llamas. Nunca es tan intenso que hace que uno busque poner distancia. Cuando uno se llega hasta ella experimenta el regalo de un aire cálidamente tibio que te va envolviendo progresivamente y te hace sentir muy a gusto. Estoy seguro que uno podría pasar muchas horas delante de ella limitándose a disfrutarle. Pero la realidad no permite semejante disfrute ya que, por allí, uno está, fugazmente, de paso. Hasta allí llego por algún asunto o para, simplemente, disfrutar de una conversación, algunos mates o un sencillo te. Cuando uno se retira de junto a la estufa uno siente se lleva un trozo de aquel lugar en la tibieza fraterna que cobija y rodea. Sin lugar a dudas aquel espacio es un obsequio de Dios puesto que Él siempre está regalándonos detalles como ese. Él no busca hacerse presente con grandes detalles sino con esos simples momentos donde todo se nos vuelve demasiado especiales. Él se vale de las cosas simples para que nos podamos encontrar con su presencia que nos dice de su delicadeza y cuidado. Dios, más que un “Padre todopoderoso” es un “Padre amoroso” y como tal nos trata y se nos muestra. Está en nosotros que lo sepamos descubrir y disfrutar. Está en nosotros que lo sepamos encontrar en los pequeños detalles que hacen a nuestra vida. Generalmente unimos el accionar de Dios a los grandes eventos de la humanidad y allí nos surgen interrogantes que más dicen de la libertad de los hombres que de la presencia de Él. Mientras tanto dejamos pasar una inmensa cantidad de gestos amorosos de Dios que se hacen presentes en nuestra vida desde realidades pequeñas y simples. Nuestro cotidiano está colmado de Dios. Busquemos a Dios en lo cotidiano y nos habremos de encontrar desbordados por sus gestos y detalles de amor por cada uno de nosotros. Cuando a nuestra vida la podemos mirar desde los ojos de Dios todo se nos presenta con una visión diferente y muy reconfortante. Los momentos se nos hacen oportunidades, las oportunidades se tornan disfrutables y lo disfrutable se transforma en oración agradecida. Allí la queja o el reproche no tiene cabida ya que todo se ve desde una óptica de amor y gratitud y, por lo tanto, una instancia donde resulta imposible no ver su mano amorosa que nos mima y nos hace saber queridos por Él. La estufa, a la que hacía referencia al comienzo, no es otra cosa que una realidad donde, no sólo uno recupera el calor extraviado al transitar las calles, sino que se vuelve una oportunidad para rezar porque agradeciendo a Dios que, desde algo tan sencillo y disfrutable, uno lo puede experimentar presente y cobijándonos con su tibio abrazo. Todo es una oportunidad para encontrarse con Él y, nada mejor, que aquello que nos hace experimentarlo y disfrutarlo. Entre las brasas y las llamas uno puede descubrirlo y ello siempre, en su justa medida, es una ocasión para agradecerle y dejarnos envolver en su abrazo que aleja nuestros fríos y hace crecer la calidez de su amor.