Por el Padre Martín Ponce de León
Desde hace días en mi mente ocupa muchos momentos el posible pesebre viviente que se habrá de realizar en un barrio de la ciudad. Personajes, lugares, posibilidades, música y las posibilidades de sonido y luces. Lo pienso y más me convenzo debe ser algo muy sencillo, bien lineal apuntando a lo esencial y la vestimenta debe ser lo más elemental posible. No se busca realizar una obra de arte sino, más bien, realizar un simple sueño.
Es buscar compartir un momento distinto en medio de un barrio donde hace falta mucha delicadeza y ternura y ello es lo que posee en abundancia el acontecimiento de la Navidad, por más sencillamente se viva. No debo pensar en pobreza puesto que todo el barrio está colmado de ella. No debo pensar en sencillez puesto que, allí, todo es sencillo hasta por demás. Lo pienso y trato de imaginar y ello me resulta un imposible. Resulta imposible poder imaginar aquella primera navidad. Donde Dios se humanizó definitivamente asumiendo todo lo nuestro. Debe haber sido un acontecimiento colmado de luz puesto que la cercanía de Dios era demasiado evidente en tal acontecimiento. Pero, también, debe de haber sido un acontecimiento rodeado de la oscuridad propia del contexto en que se realizó. Brillarían los ojos grandes de todos ante lo deslumbrante del hecho, brillaría el rostro de aquella madre acunando en su cuerpo al recién nacido, brillaría la sonrisa de aquellos seres de escasos dientes ante la presencia tierna de un recién nacido que les hacía despertar la solidaridad Es mucha la imaginación y muy limitadas las posibilidades. En esa extraña mezcla es donde se debe buscar la manera de plasmar todo ello en el pesebre que se busca realizar. Haga lo que haga es una oportunidad para ir repasando momentos. Es una oportunidad para ir pensando lo que se pueda realizar. Haga lo que haga es una ocasión para que mi mente se pierda en las posibilidades del pesebre. Hace mucho tiempo acompañé a otras personas en la realización de diversos pesebres vivientes, pero, debo reconocerlo, nunca mi mente le dedicó tanto tiempo a uno como lo hace con este. Quizás porque hace mucho tiempo no me veía inmerso en tal tarea y la misma me pide y reclama. Una cosa es sencillez y pobreza y otra, muy distinta, es que se haga de cualquier manera o sin prestar atención a los detalles y no quiero caer en conformismo o “masomenismo”. La tarea es un desafío y, de mi parte, debe encontrar todo lo que está a mi alcance. Me fascina tener la mente ocupada en esta tarea. Porque no es para mí. Porque es para ayudar a que se realice un sueño. Porque es para el barrio. Porque es poner un algo distinto en la realidad de muchos. Porque no importa si es para diez o veinte asistentes. Porque es una forma de hacer saber que Navidad, también es para ellos. Ojalá cada uno de nosotros ocupásemos nuestra mente en la celebración de esta Navidad. Una Navidad que debe ser distinta y única. Una Navidad que debe ser vivida desde lo más profundo de nuestro ser y debe ocupar todo nuestro ser. Una Navidad que es un trozo de ternura de Dios en nuestra historia que rompe todos nuestros esquemas y, en medio de la pobreza nace lo más grande de la humanidad, en medio de la oscuridad irrumpe la luz de tu cercanía, en medio de la soledad nace el que trae el amor a manos llenas. Un amor que nos hace libres en la medida le dejamos actuar desde nosotros para que nos sintamos realizados como personas.
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