Por el Padre Martín Ponce De León
Sin lugar a dudas son una parte del paisaje que algunos no quieren ver, otros ven con incomodidad y otros ven para dejarse cuestionar por ellos.
Por lo general son de una edad indefinida puesto que han sufrido duros golpes en su vida y ello, añadido su tiempo a la intemperie, hace que los años, en ellos, parezcan muchos más de los que realmente poseen. A más debe añadirse un descuido físico muy notorio y, por lo tanto, muy difícil poder determinar la edad que, verdaderamente poseen.
Para la mayoría de ellos, su situación responde a un abandonarse individual producto de un dejarse dominar por el alcohol del que les resulta casi imposible no depender. En oportunidades lo reconocen y en otras lo ponen como un justificativo para sobrellevar su dura realidad. Parecería como que, para algunos de ellos, es más importante tomar que comer por más que, desde su apariencia, no testimonien estar tomados puesto que ha formado parte de su forma de estar.
Hablar con ellos resulta una fascinante experiencia ya que, siempre, hay que llegarse sin un plan de conversación establecido y hay que estar dispuesto a transitar por los senderos que ellos propongan. Hay días que transitan por los caminos de historias que comparten, en oportunidades hay que tomar los caminos de una particular filosofía de vida y, muchas veces por senderos de fútbol o política o religión.
Más que hablar hay que estar dispuesto a escuchar puesto que suelen monopolizar la palabra, tal vez debido a las pocas veces que tienen oportunidad de ser escuchados. En oportunidades dejan aflorar su resentimiento ante una realidad que no los tiene en cuenta o los desprecia sin ningún tipo de miramiento. El resentimiento, aunque parezca mentira, no es una realidad constante en la mayoría de ellos, sino que, por lo general, suelen ser resignados sobrevivientes de una situación que les ha tocado y se resignan a ello.
Por lo general, se puede decir, son seres que han perdido la capacidad de soñar para limitarse a sobrevivir resignadamente ante la situación en que se encuentran y ya han bajado los brazos ante el desafío de superar tal situación.
Es evidente, al hablar con ellos, que uno descubre que tienen la capacidad de fantasear sobre lo que les toca vivir. Inventan situaciones que le añade color a vivencias que no resultarían, sin esos añadidos nada más que grises relatos. Así como inventan suelen falsear relatos para brindar una imagen más trágica que la que, verdaderamente, viven. En oportunidades, sus falsedades no son otra cosa que un refugio al que apelan cuando no desean compartir la verdad de lo que viven.
Tienen derecho a conservar en su intimidad situaciones a las que enfrentan o con las que conviven y el hecho de ser “pide pan” no les obliga a no poseer algo de intimidad.
Muchas son las veces que me pregunto qué es lo que tanto me atrae de ellos y no logro encontrar una respuesta a tal interrogante, pero, no puedo negarlo, experimento una necesidad interior de acercarme a ellos, disponer de tiempo para brindarles, compartir con ellos alguna charla y conservar en mi interior el gusto de estar cerca de ellos.
Tal vez porque me resulta una manera muy sencilla y fácil de encontrarme con un Jesús que desde ellos me cuestiona y me enseña. Con un Jesús que, desde ellos, me pide y me hace intentar tener una postura coherente ante la vida y mi relación con Dios.
Sé que no es un algo muy sencillo de explicar y, mucho menos, de entender, pero es un algo que no puedo negar ni intento ocultar. Mucho tienen que ver en mi vida de persona cristiana y ello me hace muy dichoso.
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