Padre Martín
Ponce De León
Parecería como que es de toda la vida pero no. Este año los salesianos están cumpliendo sus cien años de presencia en Salto.
Cien años de presencia dice de muchas modificaciones y de realidades nuevas.
Cien años dicen de muchísima historia y de muchas personas.
Los salesianos de Salto han querido utilizar este mes como en central de sus recuerdos pero, sabido es, los mismos no se reducen a un mes ni algunas celebraciones puntuales.
Pero es una fecha demasiado significativa como para, pese a la pandemia, no ser un tiempo de celebraciones.
Todo comenzó con un grupo de salesianos bajo la dirección del P. Aschieri llegaron a la ciudad para brindar su servicio de atención a los jóvenes de la ciudad desde la parroquia y el colegio.
Durante mucho tiempo estas eran las dos presencias salesianas y, luego, se habría de añadir el oratorio festivo.
Desde el comienzo de la presencia hasta la década del sesenta en que falleció el P. Aschieri fue el párroco y sentó las bases de una tarea ardua en una parroquia extensa y diversa.
El colegio funcionaba donde hoy se encuentra la biblioteca y las paredes junto al Ateneo. Allí había un patio cubierto por lonas que se retiraban en invierno y se extendían en verano con un sistema de arandelas y piolas.
En algún lugar del patio había una larga caña con la que se hacía volver a los juegos a cualquier pelota que cayera sobre las lonas.
Cuando uno ingresa hoy al Salesiano no encuentra mucho de lo que había en aquel entonces pero allí está el árbol de mangos como testigo viviente d aquella historia que comenzó a cambiar, ediliciamente, por el año sesenta.
La estatua de Domingo Savio que se encontraba junto al mango se encuentra en uno de los patios que se ubican más abajo del nivel del patio superior.
Junto al P. Aschieri, durante mucho tiempo, desarrolló la tarea de la atención de la campaña y diversas actividades el P. Juan González.
Eran tiempos de carencias y de esfuerzos.
Eran tiempos de semanas cargadas de actividades y de entrega rebosante de compromiso apostólico.
¿Quién puede olvidar lo que eran las jornadas del Oratorio Festivo? Comenzaban con alguna misa en aquella vieja capilla de chapas pintadas de rojo y ventanas de madera que no se abrían sino que se levantaban y sostenían con un hierro. Por la tarde del domingo, la reunión en la iglesia de la parroquia y el sellado de las muñecas para poder participar de los partidos de fútbol en las canchas de Cien Manzanas.
Quien no tenía el sello en su muñeca no podía, en esa jornada, jugar al fútbol y, mucho menos, entrar al cine de la noche. Pronto descubrieron y practicaron que con el alcohol de las cáscaras de naranja se podían pasar el sello a otras varias muñecas.
Se han transmitido algunas de las bromas que algunos jóvenes como Enrique Amorín u Horacio Quiroga realizaban para hacer enojar a aquel primer párroco y, sin duda, tenían éxito como no tenían éxito aquellas jovencitas que pretendían entrar a alguna misa sin las obligatorias medias o la necesaria mantilla.
Sin duda que eran otros tiempos y aquellos salesianos respondían a ello.
Han pasado cien años y uno no puede dejar de recordar al P. Giménez y su incansable actividad. El actual colegio- liceo, la Obra Don Bosco, Antena del Carmen son algunos nombre que van unidos a su trabajo y a donantes como Doña Catalina, Doña Luisa y Don Ramón.
Es evidente que el espacio de este artículo es muy limitado como para narrar trozos de estos cien años y el orden no responde a otra cosa que a esos recuerdos que surgen sin ningún tipo de cronología.
Son cien años y uno que ha sido beneficiario de tal presencia no puede dejar de pronunciar un agradecimiento cargado de sentimientos que se ponen a flor de piel.
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