viernes 19 de abril, 2024
  • 8 am

El costo emocional de las decisiones

Gisela Caram
Por

Gisela Caram

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Ps. Gisela Caram*
Las decisiones que tomamos en la vida, están atravesadas por nuestras emociones.
Desde la infancia, los niños comienzan por elegir diariamente, qué ropa ponerse, hasta qué deporte hacer. Si bien son dirigidos e influenciados por sus padres, la mayoría termina haciendo lo que le hace bien, o le gusta más. En la adolescencia, se empiezan a tener que tomar otro tipo de decisiones, que no están sesgadas en la mayoría, por los padres, sino que van acompañadas de intereses o responsabilidades que cada uno va asumiendo.
Sin duda estas son las primeras decisiones que pueden o no, definir el futuro de cada uno.
Es imposible no caer en binarismos como “buenas” o “malas”, pero en el transcurso de la vida, y al volver la vista atrás, nos “damos cuenta” que algunas cuestiones en nuestras vidas fueron muy acertadas, y otras no tanto.
¿Cómo trasmitir a los hijos, el “PENSAR” cuando llega el momento de decidir algo?
Capaz no es posible estar en todo momento acompañando el crecimiento de los hijos, pero el optimizar conversaciones productivas, donde se pueda enseñar el adelantarse a ver las ventajas, o consecuencias, de más de una opción, sería valioso a la hora de que cada joven enfrente situaciones solo.
El padre/madre que acompaña a su hijo a un entrenamiento deportivo, puede juzgar el desempeño del niño en la cancha, pero también puede sentarse y analizar con él, las posibles jugadas o estrategias de juego para un próximo partido.
Hay juegos de mesa, como el Ajedrez, que aportan mucho, porque van enseñando a pensar las consecuencias de cada decisión. Mover una pieza implica pensar posibles desenlaces, pues puede acarrearme, que pierda o gane. Trasmitir que una mala decisión, puede generar a mi entorno o a mí, un desajuste emocional importante.
Creo que la adolescencia es el momento clave de la vida, a veces, una mala decisión puede “provocar” algo irreparable. La personalidad en construcción, la inseguridad, la baja autoestima, los grupos de referencia, la escasa contención familiar, conducen a buscar soluciones rápidas, instantáneas, impulsivas que llevan a opciones que no son las más saludables.
Es difícil en esta etapa pensar a largo plazo, pero es necesario ir construyendo desde la infancia pautas de aprendizaje y razonamiento de la implicancia de las diferentes opciones que se van presentando.
El cerebro va formando a lo largo de la vida mecanismos defensivos que van, desde la supervivencia, a cuestiones más evolucionadas Y/o complejas, donde las respuestas van siendo almacenadas en la memoria de cada uno, y se irán poniendo en uso, a medida que vamos atravesando diferentes situaciones. Sin darnos cuenta nuestras conductas atravesadas por recuerdos, aprendizajes, experiencias sensoriales, perceptivas, van llevando a que desde que nos levantamos vamos tomando decisiones que son automáticas pero que no siempre nos llevan al mismo resultado.
A veces, nos pasamos la vida yendo por el mismo camino, aún sabiendo que lo que está al final no nos agrada…
Estas decisiones “automáticas”, cotidianas que nos aplastan, ni siquiera son tenidas en cuenta…
Esta es la memoria implícita, la que nos lleva por tal camino porque sabe a dónde “debe” llegar, otras veces, frente a algún nuevo suceso que se nos presenta, podemos actuar rápidamente porque no tenemos tiempo para pensar o nos paralizarnos; depende de las vivencias y la personalidad de cada uno. Lo importante es poder desechar algunas “creencias limitantes” que podrían estar influyendo en cada uno. Por ejemplo, si cuando era niño me dijeron que no puedo hacer determinada acción, quizás el visualizar hoy por hoy, como adulto, si lo hago o no, es porque estoy sujeto a aquel mandato de cuando era niño, o realmente ahora como adulto, tomo riesgos y puedo experimentarlo porque no es lo mismo.
Tomar conciencia de qué quiero, qué elijo, por qué hago lo que hago, es darme permiso para desandar y “explorar” otras posibilidades.
*Especialista en Vínculos