Por el Padre Martín Ponce De León
Hay una realidad histórica.
Hay una realidad simbólica.
Hay una realidad tradicional.
Hay una realidad popular.
Todas estas realidades se encuentran ligadas a los ramos.
Podría comenzar por cualquiera de estos tres aspectos.
Jesús entra a Jerusalén.
El pueblo lo recibe y lo aclama.
No habían pancartas ni banderines.
La gente del pueblo toma lo que está a su alcance y lo agita en señal de bienvenida.
Agitan ramas como hoy se agitan banderas o banderitas.
Hoy tomarían ramas de los árboles del ornato público.
Los árboles comunes eran los olivos.
Era saludado con lo que estaba más a la mano de quienes lo recibían.
Así de simple, así de sencillo.
Esta sería la realidad histórica.
Pero, también hay una realidad tradicional.
El olivo es símbolo de la paz.
El olivo es, también, símbolo de una realidad nueva.
Según el relato bíblico, luego del diluvio, una paloma trae una rama de olivo.
El nuevo tiempo de la humanidad habrá de comenzar.
Había concluido el tiempo del castigo y comenzaba el tiempo de la nueva oportunidad.
Con la entrada de Jesús a Jerusalén comenzará un tiempo nuevo.
Pero posee, también, una realidad simbólica.
Es el símbolo (el ramo, no solamente el olivo) de Cristo que se reconoce y recibe.
Es el símbolo que indica el comienzo de una nueva Pascua.
Cuando nos llevamos el ramo para nuestra casa nos estamos llevando al Cristo que recibimos y proclamamos. El ramo le simboliza.
Llevarlo es asumir el compromiso de vivirlo en nuestras realidades cotidianas.
Llevarlo es asumir el intento de vivir a diario lo de Cristo, en y para Cristo.
Pero también existe una carga de tradición popular.
Una tradición que es muy difícil de modificar.
¡Vaya uno a saber desde cuándo se ha instalado!
Sin duda que llama mucho la atención el hecho de que es una de esas jornada donde mayor cantidad de participantes se encuentran en nuestros templos.
Se lleva el ramo para proteger el hogar.
Un ramo que, muchas veces, se utiliza para “cortar las tormentas”.
Sin duda que este contenido posee mucho peso popular.
Uno sabe que las realidades antes mencionadas poseen mucho mayor sentido que este último.
Pero, paradójicamente, esto último está muy arraigado en muchos.
El ramo es como una llave con la que abrimos nuestra Semana Santa.
Una semana donde nuestra vida es transformada por la Pascua de Cristo.
Un Cristo que irrumpe en lo nuestro para que ello se transforme en gratitud y reconocimiento.
Recibirlo es asumir su propuesta y su estilo de vida.
Asumir su propuesta es dejarnos transformar por él.
Esto es duro y exigente.
Mucho más simple es quedarnos con el sentido raquítico de la seguridad hogareña.
Nunca Cristo está, únicamente, para la seguridad de un hogar.
Lo suyo es fraternidad.
Lo suyo es comunidad.
Lo suyo es solidaridad.
Para eso lo recibimos y con tal sentido nos llevamos el ramo para nuestra casa.
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