Por el Padre Martín Ponce de León
Me había pedido para conversar y llegó con su pequeña hija.
La tarde se prestaba para disfrutar el calor del sol.
Le propuse conversar en uno de los bancos que se encuentran en el patio de la parroquia y aceptó.
La niña comenzó a correr en pos de alguno de los gatos que se encuentran allí.
Trataba de acercarse corriendo hacia ellos y tal cosa hacía que huyesen a toda prisa.
Miraba a la madre como pidiendo una ayuda y esta le dijo que debía acercarse bien despacio.
Caminaba casi en puntas de pie con tal de acercarse hasta alguno de ellos pero no lograba tener suerte.
Mientras la niña perseguía gatos conversábamos con la madre.
Repentinamente la chica comenzó a llamar a su madre. Creo que ambos pensamos había logrado tener suerte en su persecución de los gatos y miramos a la niña.
No tenía ningún gato pero dijo: “Mamá, apagaron el sol”
Una inmensa nube oscura cruzaba por el cielo y, en ese momento, ocultaba el brillo del sol por más que continuase su calor.
Yo sonreí y expresé mi gusto por ese tipo de observaciones infantiles. La madre sonrió y me hizo saber que siempre, en tales circunstancias, realizaba el mismo comentario.
Yo me guardé el dicho de aquella niña puesto que lo imaginaba de mucha vigencia.
En oportunidades la realidad se encarga de hacernos saber que nos han apagado el sol.
Esas realidades que nos hacía brotar una sonrisa ya no están.
Esas realidades que nos despertaban sueños desaparecen.
Esas realidades que nos empujaban a un compromiso mayor se diluyen.
Parecería que nos han apagado el sol.
Son las miradas de aquellos que miran para criticar.
Son las actitudes de quienes se mueven por la envidia.
Son las posturas de los que buscan destruir lo que ellos no pueden lograr.
Parecería que nos han apagado el sol.
La nube, en su camino, es una realidad pasajera.
En la vida, muchas veces, el apagarnos el sol deja heridas que suelen ser muy difíciles de cicatrizar y, parecería, se instalan para siempre.
Por más que uno sepa el sol continúa estando.
Por más que uno tenga la seguridad de, siempre, disfrutar su luz, su brillo y su calor, el no poder permitir nos envuelva con su luz nos invade de tristeza.
No es lo mismo recordar que disfrutar y, para quienes nos gusta su calor, nunca es lo mismo el poder saborear el más hermoso de sus recuerdos que el disfrutar su presencia.
Hay existencias que son nubes y, parecería, tienen como finalidad el apagar el sol.
Son seres que dañan y no se dan cuenta de que hacen tal cosa puesto que siempre encuentran razones como para justificar su apagar el sol.
Muchas veces, a alguien, le he debido pedir que se corra pues me está tapando el sol pero a esos seres nubes es imposible solicitarles tal cosa.
La nube continuó su camino, la niña continuó correteando tras los gatos cada vez más lejanos y la señora continuó con su conversación. El sol volvió a brillar.
Yo volví, luego de mirar el cielo y ver que no venía ninguna nube tan densa como la pasada, a disfrutar del sol y su brillo.
El sol sale todos los días para que lo disfrutemos quienes gustamos de él.
Los días que es cielo se abriga con nubes solamente podemos limitarnos a extrañar la ausencia de ese sol que tantas satisfacciones regala a quienes lo necesitan en su vida como presencia abrazante.
Me torturan los días sin sol.
Me tortura el no sonreír ante su brillo.
Me gustaría saber dónde está ese interruptor con el que apagaron el sol para poder conservarlo siempre encendido.
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