viernes 29 de marzo, 2024
  • 8 am

Si yo fuera caballo

César Suárez
Por

César Suárez

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Por el Dr. César Suárez
Cada uno es lo que es, lo que le tocó ser, a mí me tocó ser quien soy pero podría haber sido otra cosa, un caballo, por ejemplo, cosa que creo que nunca fui y seguramente nunca voy a ser, pero si fuera y razonando con la cabeza que tengo ahora, seguro que sacaría algunas conclusiones que en nada favorecerían la condición humana.
Creo que, como caballo, me sentiría muy orgulloso de mi cuerpo, de mi andar, de mi velocidad y de mi fuerza y viviendo en un planeta tan generoso de amplias praderas me sentiría feliz de poder corretear libremente junto a mis pares por donde fuera y comería pasto a mis anchas y bebería agua de cualquier arroyo, o cualquier otra fuente de agua cuando tuviera sed. Y me refugiaría debajo de las arboladas para evitar el sol candente del verano y el frío insoportable del invierno pero que tendría un cuero a prueba de cualquier clima.
Seguro que relincharía contento con gran regocijo junto a otros caballos y no me haría problema de ninguna clase porque tendría una vida lo más simple posible, pero la felicidad nunca es completa, sobre todo cuando hay que sobrevivir con otras especies, sobre todo, con la especie humana.
No sé a quién se le ocurrió que un caballo puede ser un vehículo y que alguien se puede subir encima de uno, hacernos andar, trotar y galopar y si uno se niega, tener que recibir un montón de rebencazos, a quien se le ocurrió que hay que ponernos un freno en la boca, de lo más incómodo, o meternos un recado encima y sujetarlo con una cincha apretada y por si eso fuera poco, hacernos tirar de un carro o un arado.
A quién se le ocurrió que nosotros necesitamos un dueño o ser parte de una tropilla de alguien no a quién se le ocurrió que nos tenían que poner una marca con un hierro caliente en nuestra anca que no se imaginan como arde y como duele.
A quien se les ocurrió que a los caballos hay que castrarnos, a quien se le ocurrió que hay que domarnos a mangazos, o llevarnos a una criolla y hacernos corcovear, mientras nos clavan unas espuelas en la panza y nos dan latigazos con un rebenque, mientras los que miran, disfrutan desorbitados nuestro sufrimiento y si nos resistimos nos doblegan a mangazos.
No es ninguna novedad que a nosotros nos gusta correr por las praderas, pero a quién se le ocurrió que debemos correr con un hombre encima y echar la lengua en los hipódromos para ganarle a los otros caballos para que los que apostaron no pierdan su dinero.
A quien se le ocurrió que debemos participar en batallas para dilucidar supremacías de un ejército sobre otro.
Y después dicen que el caballo es el mejor amigo del hombre. El hombre querrá ser amigo del caballo, pero lo que soy yo, en estas condiciones, minga que voy querer ser amigo del hombre.
Yo, en realidad, quiero ser amigo de otro caballo, salir a corretear, comernos unos tiernos pastos, beber juntos unos buenos tragos de agua fresca, relinchar cosas serias o cualquier pavada, pero libremente, en medio del campo sin nadie que se nos cuelgue encima.
Si alguien humano quiere ser amigo mío, que venga, que me pase la mano por el lomo, que me acaricie las crines, que me hable afectuosamente y que deje ser libre.
Pero que digo tantas pavadas, si yo fuera caballo, a esta altura no podría estar reflexionando de esta manera, porque con la edad que tengo, ya hubiera muerto hace rato ya que un caballo es reviejo con la tercera parte de mi edad, pero, de todos modos, en estas condiciones, la verdad que no me entusiasma nada que algún día me toque ser caballo.