viernes 3 de mayo, 2024
  • 8 am

La columna infiltrada

1984 (George Orwell) Parte II

Al fondo un cartel de colores, demasiado grande para hallarse en un interior, estaba pegado a la pared. Representaba solo un enorme rostro de más de un metro de anchura: la cara de un hombre de unos cuarenta y cinco años con un gran bigote negro y facciones hermosas y endurecidas. Winston se dirigió hasta las escaleras. Era inútil intentar subir por el ascensor. No funcionaba con frecuencia y en esta época la corriente se cortaba durante las horas del día, esto parte de las restricciones con que se preparaba la Semana del Odio. Winston tenía que subir a un séptimo piso. Con sus treinta y nieve años y una úlcera de varices por encima del tobillo derecho, subió lentamente, descansando varias veces. En cada descanso, frente a la puerta del ascensor, el cartelón del enorme rostro miraba desde el muro. Era uno de esos dibujos realizados de tal manera que los ojos le siguen a uno adonde quiera que esté. EL GRAN HERMANO TE VIGILA, decían las palabras al pie.

Dentro del piso una voz llena leía una lista de números que tenían algo ver con la producción de lingotes de hierro. La voz salía de una placa oblonga de metal, una especie de espejo empañado, que formaba parte de la superficie de la pared situada a la derecha. Winston hizo funcionar su regulador y la voz disminuyó un poco el volumen aunque las palabras seguían distinguiéndose. El instrumento podía ser amortiguado, pero no había manera de cerrarlo del todo.

Afuera el sol lucía y el cielo estaba intensamente azul, pero nada parecía tener color, a no ser los carteles del Partido pegados por todas partes. La cara de los bigotes negros miraba desde todas las esquinas que dominaban la circulación… EL GRAN HERMANO TE VIGILA, decían las grandes letras, mientras los sombríos ojos miraban fijamente a los de Winston.

A los lejos un autogiro pasaba entre los tejados, se quedaba un instante colgado en el aire y luego se lanzaba otra vez en un vuelo curvo… era de la patrulla de policía encargada de vigilar a la gente a través de los balcones y ventanas. Sin embargo la patrulla era lo de menos, lo que importaba verdaderamente era la Policía del Pensamiento.

A la espalda de Winston la voz de la telepantalla seguía murmurando datos sobre el hierro y el cumplimiento del noveno Plan Trienal. La telepantalla recibía y transmitía simultáneamente. Cualquier sonido que hiciera Winston superior a un susurro, era captado por el aparato. Además mientras permaneciera dentro del radio de visión de la placa de metal, podía ser visto a la vez que oído. Por supuesto, no había manera de saber si le contemplaban a uno en un momento dado. Lo único posible era figurarse la frecuencia y el plan que empleaba la Policía del Pensamiento para controlar un hilo privado. Incluso se concebía que los vigilaran a todos a la vez. Pero desde luego, podían intervenir la línea de Ud. cada vez que se le antojara. Tenía Ud. que vivir –en esto el hábito se convertía en un instinto- con la seguridad de que cualquier sonido emitido por Ud. sería registrado y escuchado por alguien y que, excepto en la oscuridad, todos sus movimientos podían ser observados.

Winston se mantenía de espaldas a la telepantalla. Así era más seguro; aunque, como él sabía muy bien, incluso una espalda podía ser reveladora.

El Ministerio de la Verdad –que en neolengua se le llamaba el Miniver- era diferente, hasta un extremo asombroso, de cualquier otro objeto que se presentara a la vista.

El Ministerio de la Verdad era una enorme estructura de cemento armado blanco y reluciente, que se elevaba terraza tras terraza, a unos trescientos metros de altura. Desde donde Winston se hallaba, podían leerse, adheridas sobre su blanca fachada en letras de elegante forma, las tres consignas del Partido:

LA GUERRA ES LA PAZ

LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD

LA IGNORANCIA ES LA FUERZA

Desde el techo de las Casas del la Victoria se podían distinguir cuatro edificios. En ellos estaban instalados los cuatro Ministerios entre los cuales se dividía todo el sistema gubernamental. El Ministerio de la Verdad, que se dedicaba a las noticias, a los espectáculos, la educación y las bellas artes. El Ministerio de la Paz, para los asuntos de la guerra. El Ministerio del Amor, encargado de mantener la ley y el orden. Y el Ministerio de la Abundancia, al que correspondían los asuntos económicos. Sus nombres, en neolengua: Miniver, Minipax, Minimor y Minindancia.

El Ministerio del Amor era terrorífico. No tenía ventanas en absoluto. Era imposible entrar ahí a no sr por un asunto oficial y en ese caso había que pasar por un laberinto de caminos rodeado de alambres espinosos, puertas de acero y ocultos nidos de ametralladoras.

De un estante se sirvió una tacita de Ginebra de la Victoria, se preparó para el “choque” y se la tomó de un solo trago… al momento se le volvió roja la cara y los ojos empezaron a llorarle… sin embargo un rato después desaparecía la incandescencia del vientre y el mundo “parecía más alegre”… Winston sacó un cigarrillo de una cajetilla que decía: Cigarrillos de la Victoria…

Lo que ahora se disponía Winston a hacer era abrir su Diario, Esto no se consideraba ilegal -en realidad nada era ilegal, ya que no existían leyes (era una dictadura)- pero si lo detenían podía estar seguro que lo condenaría a muerte, o por lo menos a 25 años de prisión con trabajos forzados…

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1984 sitúa su acción en un Estado totalitario. El Partido Dominante, el poder es el valor absoluto y único. La vigilancia despiadada de este súper-estado ha llegado a apropiarse de la vida y la consciencia de los ciudadanos. Todo está controlado por la figura del Gran Hermano.

N de R:

1984 fue escrito en 1948 por George Orwells, pero esta 9ª. edición se imprimió en octubre de 2007 en Argentina.

Hoy, más que nunca, este libro tiene plena vigencia, solo ubíquese en el país que Ud. considere oportuno. Y queda sobrevolando la pregunta: ¿No serán los celulares de hoy El Gran Hermano del presente?