Conducidos por Cristo
Cuando los evangelistas hablan de la relación de Cristo con sus seguidores hacen referencia a Él como “el pastor”.
Un alguien que entra por la puerta, llama a sus ovejas y, éstas, reconociendo su voz, se dejan conducir por Él.
Entra por la puerta. Es un alguien que no anda con rodeos ni con engaños. Va de frente, da la cara.
Llama a sus ovejas. Es un alguien que las conoce. Puede y se relaciona con ellas desde el conocimiento del nombre de cada una de ellas.
Se dejan conducir por Él. Es depositario de la confianza de las ovejas.
En reiteradas oportunidades del relato evangélico se menciona la relación existente entre la voz del pastor y sus ovejas.
La voz del pastor las va guiando y ellas van reiterando un acto de confianza y de seguro abandono en aquella voz que las conduce.
Porque confían se abandonan a sus cuidados pero esa confianza no radica en ver, delante de ellas, a aquella persona ni en percibir su aroma sino en el simple hecho de reconocer a aquella voz que les va hablando.
La clave para un seguimiento a Cristo radica en un reconocer su voz e intentar ser fieles a ella.
Es, allí, donde se nos complica nuestra vivencia de cristianos.
Nos gustaría poder tener, en forma preestablecida, esos lugares seguros donde poder escuchar la voz de Cristo.
Nos gustaría que todo se limitase al cumplimiento de determinadas prácticas o normas sin importarnos las dificultades que tales cosas pudieran comprender.
Pero cristo no nos habla, solamente, desde lugares o espacios predeterminados.
Esos lugares o espacios, que poseen su importancia, son momentos limitados de nuestra vida.
Lo nuestro pasa y transcurre por ese espacio al que llamamos: “lo cotidiano”. Allí, también, debemos saber escuchar la voz de Cristo.
¿Quién puede dudar de las dificultades que implican descubrir a Cristo en lo cotidiano?.
No sirve de mucho el que nos preguntemos “¿Qué me quiso decir?” puesto que nos estamos perdiendo oportunidades para responder por más que sepamos que hacer tal cosa es un ejercicio necesario para llegar a un “¿Qué me está diciendo?”.
En oportunidades su voz es un suave susurro que nos anima a continuar avanzando.
En oportunidades es, su voz, un grito fuerte que nos sugiere una rectificación de nuestra conducta.
Siempre, permanentemente siempre, lo cotidiano está lleno de su voz para que, escuchándola, podamos hacer de nuestra vida el prolongado intento de una respuesta fiel.
Es saber que todo lo nuestro está provisto de esa voz de Cristo que nos conduce haciéndonos crecer y por ello con la certeza de que nada es azar y todo tiene su razón.
Ello es lo que debemos saber escuchar y a ello es lo que debemos responder.
Vivir de tal forma es prolongar, en lo nuestro, un continuado acto de fe. Una fe que se involucra con todo aquello que hace a nuestra vida y nos requiere el saber descubrir lo que se nos está diciendo desde cada hecho.
Si, realmente, nos dejamos conducir por Cristo estaremos haciendo de nuestra vida una permanente oración porque todos nuestros actos serán una oportunidad para escucharle y responderle.
Sin duda que no es muy fácil realizar tal cosa porque vivimos casi corriendo y sin mucho tiempo como para hacer de lo nuestro una celebración.
No sería otra cosa que un confiarnos en Cristo para que sea Él quien nos conduce. Lo nuestro sería un mero limitarnos a escuchar su voz.