Por el Padre Martín Ponce De León
Como no podía ser de otra manera, la humanización de Dios en su hacerse hombre, era una realidad temporal. No podía ser una realidad que se prolongase indefinidamente en el tiempo, puesto que no habría respetado lo perecedero de la condición humana.
Dios asume la condición humana en Jesús y ello lo hace sabedor de que no es sencilla la tarea que espera de los seguidores de su Hijo. Ser sus continuadores en el hoy. Prolongar, desde lo cotidiano, vivo a Jesús.
Porque sin ayuda divina ello es, casi, un imposible decide quedarse presente, en medio de nuestra historia, para ayudarnos a que ello sea posible. Se queda hecho alimento para nuestra vida.
El pan y el vino no son otra cosa que símbolos de los que se vale para mantenerse presente y actuante en nuestras vidas.
Pan y vino, dos realidades que requieren ser triturados para poder ser. Es el trabajo de los hombres que se hace proyecto de Dios. Es lo individual que se vuelve servicio comunitario.
Cada vez que nos alimentamos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo nos hacemos comunión con Él, puesto que Él se hace uno con nosotros.
Alimentarse de Cristo es dejar que algo nuestro se disminuya y permitir que algo de Él sea en nosotros. Alimentarse de Él siempre es una ganancia para nuestra vida personal.
Es dejarnos colmar por el amor de Dios que nos lleva a salir a la intemperie y poder amar a los demás y, así, ayudarles a que se ayuden a ser mejores personas. Nunca es un amor que nos encierra en nosotros, sino que, constantemente, nos impulsa a los demás.
Alimentarse de Cristo es dejar que su vida vaya siendo, siempre un poco más, parte de nuestra vida con todo lo que ello implica. Es dejar que el Reino de Dios sea nuestra principal ocupación y sepamos compartirle desde todo lo que hacemos y vivimos.
Alimentarse de Cristo está muy lejos de limitarse a ser un acto piadoso. Es, sin lugar a dudas, un compromiso con una postura ante la vida misma intentando ser coherente con el Jesús que descubrimos en los relatos evangélicos.
Tampoco podemos despojar al alimentarse de Cristo de una realidad muy concreta que los relatos evangélicos nos presentan con absoluta claridad. Jesús se hace alimento para poder saciar la necesidad bien concreta que, en ese momento, vivían quienes le escuchaban y, para ello, lo seguían. Tenían hambre y Jesús sacia esa necesidad concreta.
Alimentarse de Cristo es saciar nuestra hambre conforme nuestras necesidades de hoy.
Tenemos hambre de fraternidad, de respeto mutuo, de sueños, de compromiso, de aceptación, de perdón… ¿Vale la pena seguir mencionando nuestra hambre y de la sociedad en la que estamos inmersos?
Jesús no fue, ni es, indiferente a lo que hoy en día vivimos. Se ha quedado para que, alimentados de Él, podamos encontrar la fuerza necesaria para no dejarnos llevar por lo que hace la mayoría o por la resignación con que viven algunos, y trabajemos, desde lo que somos, por un mundo mejor porque sin tanta de esa hambre.
Claro que, alimentarse de Cristo no es una realidad mágica, exige nuestra disponibilidad y nuestro compromiso ya que ayudados de su vida aportamos lo que somos para que surja ese mundo mejor con el que todos soñamos.
Lo de Cristo no es una teoría sino que es una realidad que nos necesita ya que Él quiere contar con nosotros, para que nuestro hoy esté colmado de lo único verdaderamente esencial, que es Él y los valores de Dios.
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