martes 26 de noviembre, 2024
  • 8 am

Francisco, a los tumbos

Andrés Merino
Por

Andrés Merino

14 opiniones

Por Andrés Merino.
Fui educado por jesuitas, y a ellos debo mucho, como el desarrollo de técnicas de estudio, el aprender a encauzar las inquietudes juveniles y el desarrollo a lo largo de la vida de una especie de resiliencia ante los más variados desafíos.
Aquellos curas «de antes» eran gente muy preparada y ciertamente singular, dignos sucesores de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, militar de carrera y perseguidor de cuanto cristiano se le cruzara en el camino, que un buen día sufre una conversión traumática que altera definitivamente el rumbo de su vida y las de muchos a partir del siglo XVI. Hombres estudiosos todos ellos, con variadas personalidades, pero si tuviera que destacar un rasgo común, me inclinaría por la dureza de esos tipos, obedientes a sus votos. Había uno con quien, en lo particular, estuve enfrentado desde mi más temprana adolescencia; muy conocido en muchos ámbitos, con fama de brillante, pero totalmente carente de una actitud piadosa, a mi gusto indispensable en un religioso. Pagado de sí mismo, parecía de a ratos más bien un agitador que un conductor del rebaño de Cristo. Un tipo jodido, con un ego más largo que su sotana
Por algo me ha venido a la memoria…
Educadores por excelencia y con su impronta militar, los sacerdotes jesuitas han sido leales al papado desde siempre, con altibajos de influencia ejercida siempre en forma muy cercana al sucesor de San Pedro. Tan es así que al líder de turno de la Compañía de Jesús siempre se lo ha conocido con el apodo de «Papa Negro», siendo hombre de consulta en algunas ocasiones y de temer en otras.
Actualmente el Papa Francisco constituye un caso especial, al ser él mismo jesuita, por lo tanto no se supone que tenga a ningún «Papa Negro» respirándole encima.
Es Bergoglio, a mi entender, un cura difícil de catalogar y con mal genio por lo visto. En su expresión siempre avinagrada coincide con el impiadoso cura de mis recuerdos. Basta ver el episodio que protagonizó la semana pasada cuando una feligresa lo atrae hacia sí, visiblemente emocionada, y obtiene una drástica reprimenda por parte del pontífice que le administra unos sendos manotazos que asombraron a quien lo viera.
Sabría Bergoglio que esa mujer esperó horas para poder acercarse a su líder espiritual y así hallar fuerzas y consuelo? Seguramente sí, pues existe una cosa que se llama la «Infalibilidad del Papa», o sea que el dogma indica que no se equivoca, y otras irracionalidades que hacen creer a la gente. Lo cierto es que vista la embarrada y el desastre de Relaciones Públicas, balbuceó unas disculpas.
Mas el carácter cambiante, pues acto seguido estaba haciendo un discurso sobre la paciencia, no es lo preocupante de este Papa: lo sinuoso de sus actitudes es lo que llama la atención.
Haciendo un poco de memoria, recuerdo que desde el entorno de Cristina Fernández, que en el momento de su elección como Papa era Presidenta argentina, se apresuraron a censurarlo recordando sus lazos con el Almirante Mazzera, integrante de la Junta Militar durante parte de la dictadura argentina; y a pesar de que esos lazos más bien serían canales de comunicación entre el marino y el jefe de los jesuitas, nunca fueron aclarados en forma meridiana. Máxime cuando algunos curas desaparecieron. Sin embargo, como por arte de magia las críticas cesaron, y Bergoglio se encargó de enviar todo tipo de señales amistosas a la «Vieja», viuda del «Tuerto» (Mujica dixit). Lo que restó del gobierno fue un desfile de figuritas K (corruptos seguramente a confesarse?), especialmente muchachada de «La Cámpora» por el Vaticano, aunque, curiosamente el Papa ni amague hizo de visitar a su país como pontífice. Nuevamente sus actitudes parecen sinuosas.
Llegado Macri al poder, con su expresión más emburrada que de costumbre, de nada quiso saber de relacionarse con el nuevo Presidente, y los desplantes no faltaron.
Francisco no se caracteriza por ser peregrino y evangelizador como Juan Pablo II; la prueba está que pierde su poca paciencia en la vuelta de la Plaza de San Pedro y empieza a los coscorrones. Tampoco es erudito como Benedicto XVI.
No veo gran vuelo en sus opiniones, si se lo compara con otros Papas; más bien suelo leer lugares comunes a los que acude cuando se pronuncia sobre algo.
Si tengo que arriesgar más opinión, diría que me hace acordar más a un político que al que calza las sandalias del Pescador.
¿Seguirá a los tumbos y cambiante Francisco?