Por Andrés Merino
El que no perciba que el Carnaval en parte es utilizado como vehículo de agentes culturales para establecer un pensamiento hegemónico, al compás que dicta el Marxismo, simplemente o no oye o no quiere oír lo que llegan a decir las murgas en sus cuplés. Es cierto que en sus orígenes el mensaje del murguero era picaresco, y de crítica pareja a todo lo risible de nuestra sociedad y sus protagonistas. Nadie, entonces, y menos los políticos, deberían agraviarse de ser blanco de crítica, burla y hasta ridiculización disparada por un letrista, pero cuando la cancha se flecha y la balanza se inclina de modo de administrar palos a los que no comulgan con el Frente Amplio, la cuestión pasa a color castaño. Y cuando reciben insultos, directamente a oscuro.
El electo diputado Zubía fue la voz que en estos primeros tramos del Carnaval llamó la atención sobre el asunto, y fiel a su estilo, fue clarísimo al denunciar un verdadero «totalitarismo carnavalero» ejercido por algunas agrupaciones más interesadas siempre en enviar un mensaje político que un aporte a la cultura popular que debería hermanar a todos los uruguayos.
Es así: de la sana crítica se pasó a la explotación de resentimientos de todo tipo; la picaresca se trasvistió en grotescos insultos; la insinuación en las expresiones más burdas que estén a mano…
Y todo con un trasfondo, un fin político.
Después de la caída del Socialismo con la implosión de la Unión Soviética y sus aliados; y anteriormente el fracaso del Partido Comunista en Italia y Alemania por ejemplo, cobraron fuerza las ideas de Gramsci, a quien se le debe la inspiración de las últimas generaciones de comunistas que buscan instalar la Hegemonía Cultural, con, entre otras armas, los «agentes culturales», que imponen modas y el ridículo para quien no integra su legión. Usan recursos del Estado (bancado con impuestos) para premiarse unos a otros, batirse el parche, viajar, autopagarse cachés artísticos, y demás aprovechamientos de plata de toda una sociedad bombardeada sin piedad con las trasnochadas ideas socialoides y marxistas, ya marchitas.
Recuerdo que Santiago Chalar, folklorista de primera línea, a la altura de Zitarrosa o Los Olimareños, en vida era topeado por una fuerza invisible, y su repercusión era limitada. Tuvo que morirse para ser apreciado definitivamente por generaciones posteriores. Sucedía que el Dr. Carlos Paravís, tal su verdadero nombre, no era frenteamplista, y en sus temas no incluía el consabido mensaje de izquierda casi obligatorio para todos. Incluía sí la denuncia o queja de situaciones injustas, como todo gaucho bien plantado.
Pero no integraba el club de los demás artistas politizados.
Hace no mucho, en esta columna transcribí la letra de un tema de la murga La Catalina, La Violencia, que ya no es únicamente una propaganda de un partido político como los demás del rebaño, sino que es una especie de arenga, de apología, entronización de la violencia disolvente que ha sido fogoneada en nuestra sociedad en los últimos quince años.
Por un lado estos mozos, al igual que los demás del rebaño reitero, se filtran sutilmente en diferentes vehículos culturales a fin de imponer su pensamiento hegemónico, y por el otro desatan sin tapujos su admiración a la violencia y delincuencia que nos está desmadejando como país.
Si pueden entender las letras de las murgas, paren la oreja y consideren lo que estamos alertando.
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