Por el Padre Martín Ponce De León
El frío de la noche era una invitación a refugiarme entre las frazadas de la cama a temprana hora.
Podía hacerlo y, por ello, ni bien terminé todas las vueltas en la casa, ya estaba acostado.
Cuando me desperté debí encender la luz para poder saber la hora en la que vivía. El reloj marcaba ya avanzada las dos de la madrugada.
Por la ventana de mi cuarto entraba la luna con su luz que se me ocurría debía ser tibia.
Me fascinó tal visita y, por ello, me enderecé un poco para poder contemplarla un poco mejor.
Lo primero que se me ocurrió fue preguntarme cómo podía tener una luz tibia estando a la intemperie donde hacía tanto frío.
Lentamente me explicó que la luz de los seres no depende del contexto en que se encuentren sino de su interior y tal cosa me llevó a preguntarme por mi vida.
A lo largo de mi vida he podido conocer a muy diversos seres de luz. Seres que con su forma de ser colman de luz todo lo que le rodea.
Estos seres han despertado mi admiración y he intentado aprender de ellos por más que supiese nunca podría llegar a tanta luminosidad.
Estos seres, con su estilo de vida, me han mostrado que es posible compartir luz con los demás y que vale la pena intentarlo.
Se me ocurrió preguntarme cómo es posible irradiar siempre la misma luz aunque, en oportunidades, esté condicionada por las nubes.
Lentamente me explicó que lo importante no es la diversidad de luces que se puedan irradiar sino la coherencia de, siempre, la misma luz.
Me dije no era una tarea fácil poder ser coherente cuando se tienen tantas limitaciones personales y que, por ello, la coherencia se limitaba a un prolongado y esforzado intento.
Sin lugar a dudas uno, muchas veces, ha de equivocarse y cometerá errores pero ellos no son una razón para justificar que la coherencia no es algo que uno pueda intentar.
Pensar o actuar en consonancia con tal manera de pensar sería lo más cómodo que alguien podría suponer. La coherencia no es para los cómodos ni para que solamente realizan lo más fácil.
Miraba a la luna y pensaba en lo particular de su existencia. Jamás irradiaba su luz sino que lo suyo se limita a reflejar la luz del sol.
Para poder intentar ser coherente no hay que buscar transmitir lo suyo sino la luz de aquellas realidades que se tienen como valores esenciales a la vida.
Para quienes nos llamamos cristianos la luz que se debe transmitir no puede ser otra que la de Jesús desde nuestra vida.
Todo pasa por la no búsqueda del protagonismo personal sino del protagonismo de Jesús en cada uno de nosotros. Por ello es que la propuesta de Jesús no es otra cosa que un estilo de vida que se hace relación vital en todas las direcciones de la existencia.
Poco a poco, la luna, se iba desapareciendo por uno de los bordes de la ventana. Había pasado casi media hora de visita en el cuarto.
Había disfrutado su visita un buen tiempo que se había vuelto demasiado rápido y no quería se marchase, quería seguir disfrutando de su presencia y de mi estar en ella para continuar aprendiendo de esas cosas que hacen a la esencia de la vida.
Antes de que se marchase por esta noche mi mente hizo un repaso de todos esos seres de luz que se han introducido en mi vida y a los que valoro muchísimo.
Lo suyo, a más de ser un regalo para mi vida, es un desafío a poder intentarlo puesto que me muestran que es posible.
Sin grandes palabras enseñan y cuestionan. Sin grandes palabras interpelan y motivan.
Sin sermones dicen del origen de su luz y la comparten desinteresadamente.
Sin pronunciar su nombre transmiten Jesús y ello es indudable y merece gratitud.
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