Por el Padre Martín Ponce De León
No logro saber cómo lo hace.
Es un ser completamente normal pero todo su actuar me hace saber que es muy especial.
Supongo alguien me podrá decir que mi visión es totalmente equivocada y, tal vez, tenga algo de razón.
En oportunidades me pregunto si sus días tienen, como para todos, veinticuatro horas y muchas veces creo que tienen muchas horas más.
Su día siempre comienza muy temprano y concluye ya muy entrada la noche.
En muchas actividades la luna es su cómplice. Se encuentran, unas veces, al comenzar la jornada y, en otras, al concluir su actividad.
En todo ese mucho tiempo siempre con una sonrisa a flor de piel puesto que ella es parte de su ser.
A su vida llegan constantemente diversas solicitudes y siempre posee tiempo para escuchar cada una de ellas y de intentar responder a las mismas con solicitud y capacidad desinteresada.
Tal vez alguien, en su casa, le enseñó que la mejor manera de recibir es brindándose a los demás y ha llegado a la certeza de que así es y lo pone en práctica
Puede recibir una sugerencia y, casi inmediatamente, simplificarla y responder con otra que no hace otra cosa que tornarla posible y sencilla de realizar.
Recuerda nombres y situaciones y ello dice de su capacidad y de su cercanía para con los demás.
No logro saber cómo lo hace pero lo suyo no deja de asombrarme y despertar mi admiración.
Siempre tiene tiempo y capacidad para recibir algún planteo y para buscar alguna solución.
No busca, ni pretende, protagonismos pero siempre termina asumiendo un rol protagónico en aquello en lo que se empeña.
No solamente conoce de la situación en la que se involucra sino que, también, posee la capacidad de acompañar las mismas estableciendo un vínculo que se vuelve perdurable en el tiempo.
Le conocí con ocasión de la catequesis de su hijo pero comencé a descubrir su riqueza individual con oportunidad de una situación muy difícil que debió enfrentar.
En esa oportunidad las lágrimas y la sonrisa pugnaban por ganar espacio en su ser pero, con coraje y decisión, hizo que las primeras no pudiesen arrebatarle la sonrisa.
Tal vez, algún día, me animaré a preguntarle cómo lo hace. Me parece saber su respuesta y ello me inhibe a preguntarle tal cosa.
No logro saber cómo lo hace pero me asombra su realismo. Siempre se encuentra con los pies sobre la tierra y no duda en embarrarse los zapatos con tal de brindar una mano.
No logro saber cómo lo hace pero admiro su capacidad en enfrentar cada situación con tiempo sobrado y una sonrisa radiante.
El “Yo voy” o el “Yo puedo” es parte de su lenguaje cotidiano y ello sin ningún tipo de queja o desgano.
Parecería como que siempre se encuentra con mucho tiempo disponible y, en lo que se le solicita, encuentra esa oportunidad que estaba esperando para poder ocuparse en algo y, se sabe, nada más lejos de la realidad que tal cosa.
Le observo y me pregunto qué es lo que me impide tener tanta capacidad de entrega y, tal vez no me propongo intentar responderme.
Le observo y me pregunto qué es lo que me ocupa como para no tener tanta disponibilidad y cercanía con los demás y no logro saber si pretendo llegar a una respuesta.
Le observo y admiro su capacidad de sonreír pero no intento poder emularle.
Sí, no logro saber cómo lo hace pero, sin duda, es uno de esos seres que Dios ha puesto en mi vida para que pueda tener la certeza de que ser mejor persona es posible y que hay seres que con naturalidad lo viven y que debería intentarlo.
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