viernes 26 de abril, 2024
  • 8 am

Atardecer

Padre Martín Ponce de León
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Padre Martín Ponce de León

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Por el Padre Martín Ponce De León
Había concluido nuestra celebración de la tarde.
El sol comenzaba a ocultarse en un cielo desprovisto de nubes.
Una señora me invita a mirar el atardecer y para ello debo llegarme hasta la vereda.
El paisaje era, verdaderamente, fascinante.
Un sol intensamente bordó se escondía por entre los muros blancos de dos casas cercanas al horizonte.
Un bordó que resaltaba entre lo blanco de aquellas casas y se desparramaba por gran parte del cielo.
A medida iba tomando altura el bordó se iba diluyendo para terminar mezclado con el azul del cielo.
Pero era imposible evitar aquel círculo bordó que apenas se deformaba entre los muros de las casas lejanas.
Me preguntó si ese color indicaría un mañana de tormenta y le respondí que si nada había cambiado aquello estaba indicando que tendríamos un buen día mañana.
La intensidad de aquel bordó me decía de mucho más que un buen día puesto que se salía de lo común del color de los atardeceres.
Es evidente que no soy un muy buen lector de los signos de la naturaleza pero, tengo entendido, que el rojo del atardecer es un pronóstico de una buena jornada siguiente.
La señora se retiró rumbo a su casa y yo quedé, en la vereda, contemplando aquel color intenso que hacía un atardecer espectacular.
Luego de un rato ingresé al templo para cerrar sus puertas pero mis ojos se quedaron con el bordó del paisaje.
Si no hubiese sido por aquella señora no hubiese prestado atención a aquel atardecer que Dios regalaba al que quisiera contemplarlo.
Fue, entonces, que me puse a pensar en las muchas cosas que Dios nos regala y nosotros no le prestamos atención pese a que están a nuestra vista.
Constantemente nos está obsequiando paisajes que saliendo de lo cotidiano se nos transforman en fascinantes por la acción de algún color.
Constantemente podemos encontrarnos frente a realidades que, por algún motivo, se nos hacen totalmente novedosas.
Muchas veces había visto aquellas casas blancas pero jamás me habían llamado la atención como en esa oportunidad que servían de marco para aquel color bordó que se encontraba entre ellas.
Si hubiese continuado con mi rutina diaria me hubiese encerrado para ver el informativo del día y me hubiese perdido de aquel atardecer.
Sin lugar a dudas las rutinas que nos hemos impuesto nos impiden poder estar abiertos a contemplar las novedades que Dios tiene para regalarnos constantemente.
Sin la atadura de las rutinas seríamos mucho más libres como para detenernos a contemplar esos paisajes maravillosos que la realidad nos obsequia día a día.
Pero, parecería, siempre debemos andar de prisa y pasamos sin prestar atención a los milagros de nuestro entorno.
Siempre podemos encontrarnos ante un paisaje que nos impacte.
Siempre podemos encontrar una sonrisa que nos deslumbre con su brillo.
Siempre podemos encontrarnos con un rostro donde el color de la felicidad es notorio.
Siempre podemos encontrarnos con una flor que nos embelesa con sus colores y aroma.
Siempre podemos encontrarnos con una mano plena de solidaridad y cercanía.
Sí, siempre podemos encontrarnos pero necesitamos saber ver y disponer de tiempo para disfrutar.
Quizás, también, siempre necesitamos ser ayudados a poder contemplar de los regalos que Dios está haciéndonos.
No debemos buscar grandes obsequios sino esos pequeños detalles que lo hacen distinto a lo cotidiano.
Mis ojos, ya dentro del templo, aún estaban llenos del bordó de aquel atardecer que había podido disfrutar y debía agradecer.