viernes 3 de mayo, 2024
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Nace nuestra República (I) Rivera conquista de las Misiones

Leonardo Vinci
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Por Leonardo Vinci
Una noche como la de hoy pero en 1828, el General Fructuoso Rivera, contra viento y marea no esperó nada de nadie, sacó fuerzas de flaquezas y con unos pocos hombres inició la conquista de las Misiones. Gracias a esa hazaña, nació el Uruguay como República independiente.
El escritor brasilero Alcides Cruz ha escrito sobre el particular «De todos los insurgentes orientales, contra la soberanía brasilera, el único que desde el principio fijó su conducta por el exclusivo objetivo de la absoluta independencia de su país, completamente separado de la República Argentina, entonces Provincias Unidas del Río de la Plata, fue don Fructuoso Rivera.
Era este hombre célebre, uno de aquellos tipos a quien cabe de hecho y de derecho el calificativo de personaje representativo de una época y de un pueblo.
Intrépido en la guerra, sin perder nunca la prudencia ni la sangre fría en los ataques, y cesado el ardor de la refriega, tornabase patente su incomparable bondad para con el vencido.
A esas raras cualidades del caudillo sudamericano, que de ordinario es impetuoso y sanguinario, Rivera unía la de una vida modesta, de una simplicidad digna de todo encomio; sus maneras blandas, extremadamente insinuantes, sin pretensiones la fama de servicial, franco, generoso, sin preocuparlo las posiciones elevadas, en el desempeño de las cuales se reveló siempre el mismo gaucho desaliñado: he ahí por qué se granjeó envidiable popularidad entre la población rústica, sobre la que ejercía fascinante prestigio, durante toda su agitada existencia.
Previó con firmeza el futuro de su país, que sería el de una república soberana e independiente, y al servicio de esta idea consagró vida y fortuna, pleiteándola con terrible entereza, a través de sacrificios sin cuenta, obligado a cada paso a despreciar embustes, arrostrar calumnias, disgustar amistades y transigir a menudo con implacables enemigos.
«Todo por la Patria», sería su divisa. Y por ella no pudo callar resentimientos contra su émulo, también famoso, el rival terrible, don Juan Antonio Lavalleja, otro caudillo oriental de ruidoso renombre, y de ese modo tuvo que rebelarse abiertamente contra sus propios compañeros de jornada separatista».
En 1826, estando en guerra el Brasil con las Provincias Unidas, el General argentino Martín Rodríguez ordenó que las fuerzas orientales fuesen fraccionadas en pelotones y así distribuidas en diferentes unidades. Rivera no quiso someterse porque entendía que tal medida no sólo iba a aniquilar las fuerzas militares de la Provincia Oriental, cuanto haría pedazos la deseada independencia.
Para Lavalleja- en esos días- la independencia de la Banda Oriental consistía solamente en separarse del Brasil, anexándose a la Argentina.
Las discrepancias entre ambos fueron inocultables.
Entonces, el gobierno de Buenos Aires, que puso a Rivera en el cargo de Brigadier de su ejército, pasó a disminuirle confianza, y no tardó en llamarlo a la capital para que se justificase de las graves acusaciones que pesaban sobre él.
Rivadavia, acabó por considerarlo un hombre peligroso y decretó su prisión.
Rivera consiguió salir furtivamente hacia Santa Fe a encontrarse con su amigo el General Estanislao López.
Para el Profesor Alcides Cruz, Rivera, de cierto tiempo atrás, Don Frutos alimentaba un vasto plan de conquista, bien vista por López.
Planeaba Rivera invadir la zona brasilera de las antiguas Misiones del Uruguay creyendo que era «el medio más adecuado de compeler al Brasil a pedir la paz.» Pero como también era hombre de fantasías, su proyecto no se circunscribía solamente a la conquista de las Misiones, ya que no solo aumentaría el territorio de la Provincia, que por efecto de la paz se convertiría en estado independiente, sino que tal vez podría provocar una revuelta en Río Grande contra el Imperio buscando separarse del Brasil y confederarse con otras provincias platinas. Lavalleja no lo apoyó.
Sólo Rivera, en los comienzos de 1828, no tenía dudas. Para él ya no era una aspiración la conquista de las Misiones, sino una resolución firme, bien estudiada y pronta a efectuarse. El momento era el más oportuno: llegaba el tiempo de la acción, pues que los dos ejércitos beligerantes permanecían en la más injustificable inercia, y el raid emprendido por el general caudillo, debería sacudir el sopor de los contendores. A ese tiempo, el brasilero, acampado en la frontera del Yaguarón aguardaba ser atacado por el enemigo; éste, a su turno, con cuarteles en Cerro Largo, esperaba la ofensiva del contendor. Ambos, por lo tanto, ocupaban una cómoda defensiva.
En esas circunstancias, Rivera y un puñado de hombres que no llegaban a cien hombres, inició la conquista de las Misiones.
(Continuará)