Por el Padre Martín Ponce de León.
No creo Jesús se haya atribuido ninguna distinción. No creo se haya sentido maestro de sus amigos. Lo suyo era manifestarse para que sus amigos viviesen a pleno el proyecto de Dios. Para que abrazasen, como causa de vida, el crecimiento del reinado de Dios. No me lo imagino en una actitud de enseñar sino de compartir desde la cercanía y la amistad. Predicaba para ayudar a abrir los corazones. Predicaba para ayudar a predisponer a la causa de aquel que lo había enviado que era su causa. Pero es evidente que sus amigos se saben discípulos privilegiados. En oportunidades se descubren recibiendo explicaciones que Él no realizaba para con los que, circunstancialmente, le seguían. Con el paso del tiempo, luego de la vida pública de Jesús, van reconstruyendo la realidad que habían vivido en su relación con Jesús. Lo descubren como la culminación de los profetas. Lo descubren como el nuevo Moisés (El nuevo legislador y conductor) Lo descubren como el gran maestro que han tenido. Jesús se sabe judío y con la necesidad de cumplir la Ley, pero dándole corazón a la misma. Por ello su gran propuesta de vida se condensa en lo que llamamos “la ley del amor” “El yugo” era la carga que el maestro ponía sobre el hombro de sus discípulos cuando les iba enseñando el cumplimiento de la Ley. Jesús no realiza ese tipo de docencia. Él enseña con su actuar. Lo de Jesús es una enseñanza desde y con su vida plena de coherencia. Todo lo suyo es un prolongado canto al amor y desde el actuar dicho canto es que transmite su enseñanza. Los “seguidores del nazareno”, los de “la fraternidad del pez” o los primeros “cristianos” descubren que han aprendido lo esencial de la propuesta de Jesucristo (el amor) desde la vida misma de Jesús. El suyo es un amor que acepta, respeta e incluye. El suyo es un amor pleno de misericordia. El suyo es un amor apasionante que no se guarda nada. El suyo es un amor que se brinda sin esperar a cambio puesto que es desinteresado. Ese amor Jesús se los ha ido enseñando sin que ellos se diesen cuenta de tal cosa. Lo han ido aprendiendo viendo actuar a Jesús. Por ello no pueden evitar llamarle maestro y ellos proclamarse como sus discípulos. Llamarnos cristianos es proclamarnos continuadores de Jesucristo. Pero no continuadores en el sentido de haber ido elaborando y dando forma a la propuesta primera de Jesús sino continuadores en cuanto prolongando lo suyo con el actuar. Ese actuar que se vuelve proclamación y testimonio. Ese actuar que mueve a quienes ven un determinado actuar ver a Cristo vivo. El cristiano no es el que sabe todas las respuestas posibles, el que sabe todos los dogmas o el que practica todos los rituales posibles. El cristiano es el que vive según Jesucristo y en Jesucristo. El cristiano no debe perder de vista el actuar de Jesucristo para intentar hacerlo propio y compartirlo. El cristiano debe ser un apasionado del amor a Dios hecho amor a los demás. El cristianismo no puede ser una doctrina que se sabe sino un estilo de vida que se conoce desde la experiencia de encuentro con Jesucristo y los demás. El cristiano es aquel que intenta hacer de su vida una fidelidad a la voluntad de Dios. El cristiano siempre debe saberse necesitado de Jesucristo para poder compartirlo en lo cotidiano. El cristiano mira el actuar de Jesucristo, se apasiona del mismo, busca hacerlo propio y vive en consecuencia a ello. Jesús más que un maestro fue un proponedor, pero…………. ¡que reconfortante y desafiante es sentirlo como maestro desde su vida!
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