Por Carlos Arredondo
Carlos Negro es un abogado recibido en 1991 que, tras varias décadas como fiscal, se prepara para asumir y conducir el ministerio del Interior. Comenzará su tarea el próximo sábado, cuando asuma a conducir los destinos de todos nosotros quien resultó ganador en las pasadas elecciones de Octubre/noviembre: El Frente Amplio.
Negro, luego de varios años de trabajar como fiscal de homicidios, a falta de unos días para asumir como ministro del Interior, se despachó con la célebre frase: “La guerra contra el narcotráfico está perdida”.
Las declaraciones fueron hechas el pasado martes 18 de febrero, en el programa “Informativo Sarandí”, de la capitalina emisora: Radio Sarandí.
Más allá de los inmediatos misiles que desde el actual gobierno -y futura oposición- comenzaron a dispensarle, y de los escuderos que en forma casi automática salieron a repelerlos, el futuro ministro del Interior pone sobre el tapete un asunto al cual no todo el mundo hace referencia: La voluntad real de los Gobiernos –sea cual sea– de combatir en serio el narcotráfico.
Yo se que el relato machacón, respecto a que es un problema difícil, sino imposible, de solucionar viene de años y gobierno tras gobierno ha ido haciendo carne en los uruguayos. A tal punto ha hecho carne que a estas alturas me animo a decir que ya es parte de nuestro ser, de nuestra cultura, o más: de nuestra identidad. O más aún: De la mismísima Orientalidad.
Es que Carlos Negro cerró una etapa donde convivir con el narcotráfico era cosa de porteños, colombianos o mejicanos, para refregarnos en la cara que aquel terreno que, durante años, el relato oficial había abonado en nuestras cabezas, comienza a dar sus frutos. Nos guste o no, los narcotraficantes son, y serán, “parte del paisaje”.
¿Pero qué pasaría si aquel relato, aunque machacón y persistente, no fuera del todo real? Me explico: Nuestro país tiene un tamaño poblacional de un barrio de Bs. As, o San pablo, y no es posible pensar que todo el aparato estatal no puede dominar un problema archi-conocido.
Para que entiendas a donde quiero llegar, me remito a lo que, en esta misma columna escribí el pasado 27 de agosto cuando me refería al intento de habilitar plebiscitariamente, los allanamientos nocturnos: Para mi aquel intento “habla muy mal de la policía nacional y de los aparatos de inteligencia”, y calza como le calzó el zapato a Cenicienta, al concepto transmitido por Negro.
En aquella columna también expresaba: “Cualquier persona con sentido común sabe que el aparato policial de cualquier país, con toda su infraestructura humana y logística y fundamentalmente con toda su experiencia, nunca puede ser sobrepasado por ninguna banda delictiva si en realidad todo este aparato hace su trabajo seriamente. De hecho: Si lo hiciera seriamente las bandas nunca llegarían a ser más que barritas de amigos con intenciones delictivas.
Es imposible creer que una banda de delincuentes, porque tienen plata, se convierten en inaccesibles para la policía, los aparatos de inteligencia, y todos sus años de experiencia”.
Entonces fui un poquito más allá y dije: “En lo personal creo que el delito no es resultado del poder económico de las bandas, ni de sus inteligentes estrategias (…) Lo que sí creo es que la policía uruguaya sabe perfectamente quienes son, donde están, cómo operan, que hacen y qué dejan de hacer los narcotraficantes. Es que de no ser así estamos sosteniendo un aparato de seguridad que no sirve y sería ese el verdadero problema de la seguridad interna”.
Lo expresado en aquella oportunidad es para mí, absolutamente valido para estos días donde el relato del sistema insiste en agigantar delincuentes, y minimizar el poder del Estado.
Por último: No te sorprendas si algún día, desde nuestra clase política surge la propuesta de celebrar “El día nacional del narcotraficante Oriental”(Y tampoco te sorprendas que salgamos todos a comprarles un regalito, porque con tanto machaque, seguro que hasta le terminaremos tomando cariño).
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