domingo 1 de junio, 2025
  • 8 am

Rescatando a mi primo de una inmersión de buceo en el río Uruguay en la zona de playa del Club Remeros

Por Cary De los Santos
Durante la Semana de Turismo, mi primo Pablo, residente en Montevideo, y yo, teníamos una tradición: salir a bucear. Él había tomado un curso de buceo que culminó con una prueba subacuática de hostigamiento bastante intensa. Finalmente, obtuvo su brevet de buceo, pero solo buceaba cuando visitaba su ciudad natal, Salto.
INMERSIÓN
Llegamos a la Playa del Club Remeros Salto e inmediatamente observé que el río había crecido significativamente, unos seis metros por encima del cero de la escala del Puerto de Salto. No es común ver buzos en el Río Uruguay, y menos aún con esa altura del río y en esas condiciones; incluso los buzos de la armada suspenden las inmersiones. Yo buceaba con mucha frecuencia e incluso con niveles de agua más altos, llegando a hacerlo con ocho metros sobre el cero. Con esa crecida o altura de las aguas del río, el lugar más profundo de la playa del club alcanzaba los once metros de profundidad.
SEÑALES
Totalmente equipados, ingresamos al río y nos sumergimos. Debido a la crecida, preferí tomarlo de la muñeca y, en principio, hacer un recorrido paralelo a la costa con muy poca profundidad, para luego decidir el momento de ir hacia zonas más profundas. Por suerte, ese día las condiciones de visibilidad habían mejorado bastante, y al estar cerca de mi primo podía ver sus señales y sus gestos en la cara, aunque debo aclarar que en mi casco tenía una lámpara dicroica (si se apagaba, quedaba la oscuridad absoluta). Durante el breve recorrido que no alcanzó los dos minutos de inmersión, le había hecho señales a mi primo en tres oportunidades para saber si todo estaba bien. Llegó un momento en que sentí un tirón en mi brazo (acuérdense que lo tenía agarrado de la muñeca) e inmediatamente me acerqué, miré su cara buscando algún signo que indicara que estaba en problemas, pero no encontré nada, solo vi la señal de ascender que me hizo mi primo. Como no encontré ningún indicio de que estuviera en problemas, solté su muñeca para que pudiera salir a la superficie, y durante el ascenso lo agarré de la cintura para ayudarlo a subir.
SALVACIÓN
Al llegar a la superficie, quedamos frente a frente flotando verticalmente. Mientras tanto, le pregunté qué le había pasado, y me contestó: «fue impresionante el agua que me entró por la nariz». Inmediatamente le pregunté: «¿Y la técnica de vaciado de la máscara?», respondiéndome: «me olvidé». En ese preciso momento, cuando menos lo esperaba, entró en pánico y se abalanzó sobre mi cuerpo, aprisionando uno de mis brazos entre mi cuerpo y el suyo. Además, al saltar me golpeó el brazo donde tenía sujetada mi boquilla o respirador y me hizo soltarlo. Lo más grave aún era que yo no esperaba esta situación y no giré el cuello para protegerme el cuello, quedando totalmente asfixiado, sin aire, porque me estaba estrangulando la presión de su cuerpo y sus rodillas que caminaban sobre mi pecho como si tratara de utilizarme de escalera. Si no hubiera sido guardavidas y no hubiera tenido las técnicas de desprendimiento automatizadas, ni las vivencias y un gran conocimiento de las condiciones de nuestro río, y lo más importante, la adaptación al agua, me hubiera muerto aprisionado junto a mi primo. El desprendimiento pudo salvar mi vida y yo pude salvar a mi primo.