sábado 31 de mayo, 2025
  • 8 am

Desde el imperio fluvial de Saturnino Ribes a la “Don Demetrio” de Sancristóbal

Dr. Pablo Perna
Por

Dr. Pablo Perna

192 opiniones

Por Pablo Perna
Si hoy las empresas de transportes de “Agencia Central-Chadre” y “Núñez” se encontraren en manos de una sola persona, sin lugar a dudas ese individuo sería uno de los más poderosos y ricos de nuestro países. Eso es lo que ha sucedido a fines del S XIX en Salto donde el principal medio de trasporte era el fluvial y quien mantenía el monopolio de la navegación del Rio Uruguay al Rio de la Plata, con destinos principales a Buenos Aires y Montevideo, estaba en manos de una sola persona, del vasco francés Don Saturnino Ribes.
Los caminos terrestres a la capital eran dificultosos, inseguros y lentos, las vías férreas comenzaban a construirse, por lo que el centro comercial de las ciudades eran los puertos y Salto por su punto estratégico llevaba la delantera. Carne, cueros, lana y demás frutos del país provenientes de Artigas, Rivera, Tacuarembó y toda la campaña norteña salían por el puerto de Salto hacia el sur; y el resto del mundo que quería llegar a esos puntos comerciales lo hacía también por nuestro puerto.
De esta manera Salto recibió la influencia mayoritariamente de Buenos Aires y no de Montevideo, a tal punto que es de las pocas ciudades que de la calle principal cambian los nombres sus transversales; las costumbres, cultura, arte, al igual que la arquitectura recibimos la influencia porteña, por ese motivo muchas de nuestras residencias se asemejan a las casas patricias de Buenos Aires; se inauguraban obras teatrales argentinas primero en Salto y luego en Montevideo. La clase alta criolla de Salto era verdaderamente rica y el cementerio central es prueba de ello al existir esculturas que valieron el equivalente a mil hectáreas de campo.
Saturnino fue el dueño de la prosperidad portuaria hacia 1880 y llegaba a Salto siendo muy pobre, pero fue escalando con mucho astucia por esos sus barcos ondulaban la bandera de su lema en latín: “res non verba” (hechos no palabras); en sus inicios fue contratado por Don Pascual Harriague, oriundos de la misma zona europea, quien fuera el impulsor del vino Tannat en América Latina, además de tener su saladero “La Caballada”, hoy frigorífico donde se mantienen en pie vestigios de su bodega, saladero y puerto privado. Saturnino crece hasta tener el monopolio fluvial, por lo que manejaba los precio del pasaje de personas y cargas a su antojo; más tarde construyó su astillero donde hoy se encuentra el nuevo gimnasio del Club Remeros brillantemente reciclado, donde empleo a más de 500 trabajadores que construyeron sus casas cercanas al lugar de trabajo dando nacimiento al barrio “el Cerro”.
Como anécdota amasa una fortuna incalculable, fue de las primeras casas del Uruguay con luz eléctrica y teléfono, y a su muerte al no tener hijos y esposa deja un testamento a favor de sus empleados y para que se construyera una universidad, escuela y hospital. Pero misteriosamente ese testamento es cambiado y los beneficiarios terminan siendo comerciantes famosos de la ciudad y un pariente del escribano interviniente. Ese fraude es lo que dio nacimiento a la famosa historia del “testamento de la piolita” que en otras columnas desarrollaremos.
Hoy la última vela prendida de aquella llamarada del imperio fluvial que hizo próspero a Salto, siguiendo la tradición familiar que desde 1915 se remonta a su bisabuelo Francisco, está en manos de la iniciativa y esfuerzos de Bruno Sancristóbal con la “Don Demetrio”, la cual felicitamos. Desde esta columna queríamos compartir historias vivas de nuestras raíces procurando el regreso de aquellas antiguas glorias