Por el Padre Martín Ponce De León
Desde hace varios días uno de los temas obligados es el del calor.
Siempre he manifestado que entre el frio y el calor prefiero a este último.
Pese a ello debo reconocer no me agrada estar con la ropa pegada al cuerpo producto de la transpiración que uno vive.
Para redondear más la situación, en horas de la noche, donde la temperatura desciende un algo, los mosquitos se encargan de hacer largas, muy largas, las horas de la noche.
Pero algo he aprendido. Por más que me queje del calor el mismo no deja de estar.
No ganamos nada quejándonos puesto que el calor no se retira como resultado de nuestras quejas o protestas.
Cada vez que me quejo no pienso en esos muchos que, por trabajo, deben hacer su jornada laboral en condiciones mucho peor que las que uno puede vivir.
No pienso en esos que deben trabajar en la reparación de alguna ruta y están, sobre el hormigón, al rayo del sol sin la posibilidad de ventiladores o aire acondicionado.
No pienso en los que deben trabajar junto a algún horno en alguna panadería.
No pienso en esos que se derriten bajo el sol mientras recorren calles de la ciudad ofreciendo helados que bien resguardados en conservadoras cuelgan de sus hombros.
No pienso en los que hacen su jornal cuidando autos sobre el ardiente hormigón de la ciudad.
Así podría continuar con una larga lista de realidades que están allí y en las que no pienso por deber quejarme de la ola de calor.
Por lo general quienes nos quejamos del calor tenemos una serie de comodidades que nos permiten disimular este tiempo. Ventilador, aire acondicionado o una heladera con agua fría disponible.
¿Qué ganamos con nuestras quejas?
Nada, absolutamente nada, pero parece una obligación quejarnos.
No hace mucho una persona me decía: “¿Alguna vez ha pasado dos o tres horas seguidas sobre el calor que sube desde la calle? Allí sabría lo que es pasar calor”. Tal cosa me lo decía desde su experiencia de cuida coches.
Tampoco se gana nada convenciéndose de que el calor existente es una cuestión mental y si lo niego el mismo no se siente tanto.
Dicen que ello funciona pero soy un convencido que no se puede negar la realidad.
Debemos saber aceptarla e intentar vivirla de la mejor manera posible.
La ola de calor que nos invade, como otras tantas cosas que nos tocan vivir, no hacen otra cosa que servirnos para evidenciar nuestra realidad personal.
¿Cómo enfrento las situaciones que me tocan vivir?
¿Cómo la oportunidad para el malestar?
¿Cómo una oportunidad para estar a disgusto?
¿Con resignación?
¿Intentando negar la realidad existente?
¿Cómo una oportunidad de tener presente a los demás en mi vida?
Cuando no nos quedamos en nosotros mismos es cuando nuestra vida se hace fecunda y maduramos creciendo como personas.
Esta ola de calor es, sin duda, una oportunidad que Dios nos brinda.
Para valorar lo que tenemos y nos ayuda a no pasar tantos ratos de abundante calor.
Para poder dejar de pensar, únicamente en nosotros, y tener en cuenta a esos muchos que queman horas de trabajo a la intemperie.
Para aprender a no quejarnos infructuosamente.
Para aprender a enfrentar situaciones de vida adversas con amor y una sonrisa.
Para aprender a convivir con situaciones que no podemos revertir porque ello no está a nuestro alcance ni entra dentro de nuestras posibilidades.
Debo terminar este artículo puesto que necesito tomar un poco de agua bien fría y, mientras tanto….¡Uffff…! ¡Qué calor!!!
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