Por el Padre Martín Ponce De León
Los relatos evangélicos se encargan de relatarnos la realidad de Jesús que se manifiesta.
No solamente ha venido para que lo descubramos sino que, también, se encarga de manifestarse para hacernos más sencilla la tarea de encontrarle.
Tiene muchas maneras de manifestarse pero, hoy, me voy a detener en esos rostros que me manifiestan, entre otros muchos, que Jesús está vivo entre nosotros.
Son rostros de gente común, de perfil bajo y empeñadas a diversas tareas que hacen a su actividad diaria.
Son rostros de seres que no ocupan espacios en los medios de comunicación y su accionar no se diferencia del de muchos. Tal vez, la gran diferencia está en su forma de realizar sus actividades.
Existen rostros que están para animarnos y otros para desafiarnos a revertir situaciones.
Nuestra vida está colmada de rostros. Tan así que muchos pasan sin que lleguemos a registrar su existencia y otros se nos pierden en la bruma de nuestros recuerdos.
Hay rostros que, por su forma de ser, parecería, se graban a fuego en nuestra existencia mostrándonos que muchas cosas son posibles si realmente queremos vivir, a pleno, nuestro ser de cristianos.
Hay rostros que se vuelven tan especiales que su sola evocación se nos hace un canto de gratitud a Dios por haberlo puesto en nuestra vida.
Le conocía y tenía un trato muy superficial con aquella persona hasta que, un día, me pidió unos minutos para conversar y, entre lágrimas, me contó el duro momento de salud que estaba viviendo. Desde esas lágrimas he aprendido a disfrutar su sonrisa plena de ternura y calidez humana.
Hoy le veo sonreír y no puedo dejar de unirme a su constante acción de gracias a Dios.
No existe nada que, puesto en las manos de Dios, resulte imposible de sobrellevar.
Conocía, de vista, a aquella persona por su actividad. Daba la impresión de ser un alguien con una vida plena hasta que conocí la realidad de su difícil situación. Le respetaba por saber sobrellevar una existencia cargada de dificultades con entereza y elegancia. Fue allí que me mostró el tiempo que le dedicaba a sus orquídeas. Las mimaba, acariciaba y regaba con alegre dedicación y ello le ayudaba a olvidar sus dificultades.
Cuando nos animamos a salir a la intemperie nuestros dramas quedan en segundo lugar y la presencia de ese rostro me muestra que es posible sobreponerse a situaciones complejas.
Circunstancialmente conocí a esa persona. Habló de una situación con sencillez y calidez. Tiempo después le escuché hablar con mucha delicadeza pero con firmeza y convicción. Por sobre su tarea uno se encuentra con un ser atento, cercano, delicado y disponible a brindar una mano plena de solidaridad. Pero, también, uno se encuentra con un ser donde su sueño más deseado va quedando postergado por diversas circunstancias.
Ello no le impide brindar delicada cercanía que se hace detalles y gestos de dedicación y atención.
Su compromiso profesional no se mezcla con su sueño ni le impide estar llena de calidez humana. Cuando lo personal nos domina nuestra actividad se llena de condicionantes que nos impiden ser totalmente útiles.
En este artículo hago mención a tres de esos muchos rostros que están en mi vida. Usted podría realizar un artículo mucho más extenso que este puesto que, también, con muchos rostros en su vida que le hacen saber que Dios se manifiesta desde ellos para que aprenda y sea mejor persona.
Dios continúa manifestándose hoy para ayudarnos a encontrar a su Hijo y hacerlo vida en nosotros.
Lo importante es saber descubrir, en cada uno de los rostros que hacen a nuestra vida, la presencia de un Dios que nos habla y ayuda a crecer y madurar.
Nuestra vida es un prolongado encuentro con las diversas manifestaciones de Dios y necesitamos saber disfrutarles.
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