Una experiencia vital
Por el Padre Martín Ponce De León
Tener fe no es tener una cierta cultura religiosa.
Tener fe no es, únicamente, participar frecuentemente de cultos o ritos.
Tener fe no es saber oraciones, dogmas o trozos de la Escritura.
La fe no es una cuestión que pase por el saber.
La fe dice y hace a una experiencia de vida.
Es experimentar que Dios está junto a nosotros en todos y cada uno de nuestros momentos y vivir en consecuencia a ello.
Por ello es que la fe hace a nuestra vida y a nuestra postura ante la misma.
La fe es aceptación y compromiso, es gratitud y tarea.
La fe no es un algo que podemos encerrar entre las paredes de un templo ya que dice y hace a nuestra vida.
La fe no es un algo que se limita a una elevación espiritual sino que hace a una dignificación personal en su mayor acepción.
Es sentir que Dios nos acompaña constantemente y, por ello, intentando vivir lo más conforme a lo que Él desea y espera de cada uno.
Es sentir que Dios siempre está junto a nosotros y por ello vivir para hacer de lo nuestro unas gracias constantes.
A Dios no le agradecemos, únicamente, con sinceras palabras sino que lo debemos hacer con el intento de una vida digna y dignificadora.
No alcanza con vivir dignamente sino que necesario se nos hace tener el empeño por ayudar a otros a que se dignifiquen como seres humanos.
La fe es sentir que Dios asume y transforma todo lo nuestro y, por ello, nos pide el empeño cotidiano de valorar y mejorar lo nuestro.
La fe se pone en práctica cotidianamente puesto que allí vamos demostrando cuál es nuestra postura ante la vida misma.
Vida que dice de una relación vertical y otra horizontal. Por ello nuestra vida es una constante cruz.
Vertical puesto que siempre estamos en directa relación con el trascendente.
Horizontal porque la presencia de los demás es una realidad inevitable en nuestro existir.
La fe es una tarea ya que siempre podemos ser más y mejores personas y, por ello, empeñados en ello.
Cuanta mejor persona se sea más útil se puede ser.
Cuanto mejor persona se sea más en relación con Dios se habrá de vivir y más cercano a los demás se habrá de estar y ello con desinteresada solidaridad.
La fe no es un algo que se tiene sino que es un algo que Dios regala a quien desea y porque lo desea.
La fe es un algo sobre lo que se debe trabajar con la ejercitación de la misma para que sea cada vez más vital en el interior de cada uno y, así, en su accionar.
¿Puede alguien que no tenga el don de la fe llegar a ser una buena persona? Obvio que sí. Pero, creo, no sucede lo mismo a la inversa.
Alguien a quien Dios le obsequia el don de la fe debería ser, necesariamente, una buena persona. Por ello es que resulta tan chocante el comportamiento a los que podemos denominar como “come santos”
La fe, por un lado, nos facilita las cosas puesto que, en algunas oportunidades, es aceptación (que no quiere decir resignación) y respeto pero por otro lado es algo que se nos hace exigencia ya que es un constante compromiso de intentar ser mejores y, con ello, más útiles.
Hay quienes entienden la fe es una experiencia íntima y puede quedar guardada en lo más interior de cada uno. Soy un convencido que ello no es así ni puede limitarse a serlo.
Nosotros no podemos transmitir nuestra fe sino que podemos, y es lo que se nos pide, que vivamos en consecuencia (coherencia) a ella.