miércoles 18 de diciembre, 2024
  • 8 am

Cuando tenés la cabeza tomada…

Carlos Arredondo
Por

Carlos Arredondo

29 opiniones

Por Carlos Arredondo
La desacreditación a cualquier cosa que no se ajuste a las reglas que el sistema impone, dice y afirma, es habitual entre las personas del mundo occidental.
Es que para la inmensa mayoría, la verdad pareciera provenir solamente del relato oficial -que generalmente es hegemónico-, y el debate solo encaja, y es posible, si las opiniones se mantienen dentro de lo que el establishment del momento previamente definió como verdadero -aunque no lo sea-.
¿Pero qué pasa si alguien se sale de lo establecido y osa en definir alguna situación con un concepto contrario a lo que el poder de turno pretende darle? Por ejemplo: ¿Qué pasa si alguien dice que los autos eléctricos no son la gran cosa que pretenden hacernos creer que son? ¿Qué pasa si alguien levanta su voz de sospecha sobre que el cambio climático es producto de manipulación deliberada del clima y no de la polución que la vida del ser humano genera?, ¿O qué pasa si alguien advierte que las vacunas de covid 19 – nótese que no escribí “contra” covid 19- no son todo lo buenas que nos dijeron y dicen, al contrario? Los “¿qué pasa?” pueden ser miles, pero tienen un único destino: La descalificación. Conspiranoicos, teóricos de la conspiración, tarados, anormales, terraplanistas y la descalificación de moda: “antivacunas”.
Con cualquiera de estos “descalificativos” los dueños de las reglas del juego de tu vida – que, te aviso, no sos vos- pasan raya, dan vuelta la página y se olvidan del asunto. Y nosotros ahí, haciendo lo mismo, desestimando cualquier cosa que nuestro sistema desestime.
Tanto peso tiene en nuestra manera de ver el mundo lo que el relato oficial nos señala como verdad que muchos de nosotros hemos cambiado el análisis crítico por la obediencia, por ser creyentes. Hoy muchos, solo somos “obedecedores”, sin importar si lo que nos dicen es verdad o mentira, si nos hace daño o nos beneficia; Nosotros creemos, obedecemos, y ´ta.
Es que el modus operandis es tan sencillo como efectivo. Se desestima la versión contraria, se la ridiculiza, y jamás se discute con ella, al tiempo que solo se difunde una sola “verdad” -aunque sea mentira-. Esa verdad terminará siendo nuestra verdad, y por ella denunciaremos a nuestros vecinos -con quienes nos criamos juntos- por haber festejado el cumple de alguno de sus hijos, o dejaremos a nuestros viejitos tirados, en el más profundo de los ostracismos, por ejemplo.
Por eso es que durante la pandemia nunca tuvimos la chance de ver un debate donde defensores, y detractores, del relato expusieran cara a cara su verdad, sus pruebas y su opinión. ¿No te llamó la atención eso? Pues no, no hubo ningún debate. Y vos, seguramente, ni cuenta te diste que ese simple hecho tenía un objetivo muy serio y muy claro: Vendarte los ojos para que no vieras la realidad. Vos solo consumiste sobre la “peligrosidad” del virus y la “fantástica” idea de las vacunas. Y así, como informándote -pero de mentira-, te los vendaron no más.
¿Por qué te digo esto? Es que hace unos días, hurgando en una red social donde suelo exponer verdades contrarias al relato oficial, encontré una publicación, que mostrando datos obtenidos a través de un trabajo de investigación científica, exponían la peligrosidad de las vacunas covid, y si bien eso no tiene nada de particular, me llamó la atención un comentario, realizado por una persona vinculada estrechamente a los medios de comunicación locales, a la que conozco, y se de su buena fe y capacidad, pero con los ojos tan vendados que hasta me dio lastima.
El colega en cuestión descalificaba un trabajo científico, publicado en una revista científica, solo porque otro científico, que no hizo ninguna investigación, lo afirmó. Con eso fue suficiente para que el colega saliera a defender el relato oficial. Luego se despachó con el copio y pego de un texto donde la palabra “antivacunas” se repite en cada renglón. Por supuesto que del libro “los Papeles de Pfizer” ni se acordó, y es normal: Porque cuando tenés la cabeza tomada por el relato oficial, no pensás con cabeza propia, no razonas lo que hacés, decís, o defendés, solo obedecés.