Por Carlos Arredondo
Si algo dejó en claro nuestra primera entrega sobre las Experiencias Cercanas a la Muerte es la avidez con que los lectoresy seguidores respondieron al tema. La cantidad de mensajes recibidos, las preguntas que se multiplicaron y el interés por conocer enfoques cada vez más precisos nos confirmaron que este no es un asunto menor, ni una simple curiosidad de frontera. Por el contrario, se trata de un fenómeno que interpela, que inquieta, que abre debates profundos, y que —a juzgar por las reacciones— exige una segunda mirada.
Es por eso que hoy presentamos esta nueva entrega. Una continuidad necesaria, no sólo para ampliar lo ya expuesto, sino también para sumar voces que aporten matices y tensiones al análisis. En esta ocasión, además de un testimonio fuerte, cargado de emoción y misterio, incorporamos el testimonio de un médico que ofrece una visión estrictamente científica del fenómeno, basada en evidencia clínica y en su experiencia profesional. Y, al mismo tiempo, incluimos la perspectiva de la Iglesia, cuya reflexión histórica y doctrinal sobre la muerte, el alma y la trascendencia permite situar el tema en un marco espiritual más amplio.
CARMEN: LA NOCHE QUE DEJÓ DE TEMERN A LA MUERTE
Carmen Pereira tenía 26 años cuando todo ocurrió. Era cerca de las tres de la mañana de un día cualquiera de un lejano 1987, su segundo hijo tenía apenas quince días y ella estaba sola en casa: su esposo, bombero, estaba de guardia. Amamantaba al bebé mientras su hija mayor dormía en la cunita junto a la cama grande. De pronto, sintió que la cama temblaba. “Parecía un terremoto”, recuerda. Soltó al bebé para sostenerse… y en ese instante se vio a sí misma desde arriba. Había salido de su cuerpo.“Me despegué”, recuerda. Y así comenzó todo.
El desprendimiento: verse desde afuera
El Relato de Carmen es estremecedor, no solo por la imponencia de lo vivido, sino por la lucidez con que lo recuerda.
Desde el techo —“donde me sentía situada con mis sentidos”—, vio su cuerpo y a sus hijos. Después, dice, llegó la sensación de “un resbalón tremendo, como un tobogán, un túnel lleno de colores, de frescura, de aire en movimiento”.
Al final del túnel había luz, mucha luz. Estaba “parada, pero sin cuerpo”, sobre algo similar a nieve o ceniza blanca, suave y ligera como algodón. “Del centro emanaban haces de luz hacia todas las direcciones”, y allí, entre haces luminosos, vio personas que se deslizaban sin caminar.
“Una paz que nunca había
experimentado”
“Y había personas que conocía y otras que no conocía. Entonces yo observaba y buscaba un rostro conocido, buscaba a alguien, y vi pasar a mi padre, a una abuela (ambos fallecidos en ese momento) … y bueno, y que me saludaban con la cara con simpatía, con una sonrisa. Todos se dirigían a ese lugar y yo quería ir a ese lugar.Había una conexión en la mirada, una dulzura”, dice. “Todo ocurría como en cámara lenta, con una paz que nunca había experimentado”.
“Tenés que volver, no es ahora”
Carmen quiso avanzar hacia la luz. Sentía la necesidad de llegar allí. Pero algo —dos presencias a su lado— la detenía suavemente. Y entonces escuchó la frase que aún hoy recuerda palabra por palabra; Alguien, o algo, desde algún lado, le dijo:
“Tenés que volver. No es ahora”.Dice que todo era aromas, colores, miradas amables; una experiencia “maravillosa”.
Cuando la sangre empezó a circular
Uno de los puntos mas conmovedores del relato que nos regaló Carmen fue el regreso: “Y ahí siento de vuelta ese resbalón, ese retorno por el túnel, donde yo estaba desesperada por llegar y ver a mis hijos. Entonces cuando vuelvo a visualizarme por encima, en el dormitorio, bien en lo alto, miro y me vuelvo a ver allí, vuelvo a ver a mis hijos. Y bueno, y en eso estoy en ese pensamiento de alegría de que estaba volviendo, que estaba con ellos, siento nuevamente como que se sacudía mi cuerpo, y empecé a sentir exactamente cuando empezó a circular la sangre en mis venas y lo siento por el lado izquierdo primero, y siento como se moviliza todo y en la cabeza y el corazón que empezó a latir. O sea, yo observo que me sacudía nuevamente y sentí como corría, se movilizaba todo dentro de mí. Así fue un instante, pero para mí fue determinante”
“Acá está registrado que tuviste un infarto”
Su cuñado fue el primero en decirle que había vivido “algo fenomenal”. Pero Carmen buscó respuestas médicas. Su cardiólogo, el Dr. Hugo Olaizola, que conocía su historial por fiebre reumática, le hizo nuevos estudios. La conclusión fue contundente:“Acá está registrado que tuviste un infarto.”
Algo había ocurrido. Algo real, algo que el medico no supo explicar: “Cuando voy a la consulta me dijo, mira, no creo en esas cosas pero acá está registrado que tuviste un infarto, me dijo él. Tuviste otro infarto, acá está y me mostró los análisis”, recordó.
Lo que cambió para siempre
Como suele ocurrir en estos casos, estas vivencias transforman la vida de quienes la “viven”. Antes de esta experiencia, Carmen cargaba un miedo profundo a la muerte: Temía perder familiares, perder embarazos, perder a quienes amaba. Pero al volver, ese temor desapareció de inmediato.
“Le perdí el miedo a la muerte”, resume.
Hoy, a los 64 años, sigue valorando esa experiencia como “un tesoro”.
Profesora de yoga desde hace años, afirma que ese episodio marcó su vida y la ayudó a acompañar a otros que temen morir:
“Venimos de culturas que nos hacen temer, cuando en realidad deberíamos hermanarnos… porque el simple hecho de estar vivos ya es un milagro”. Aquello todavía ilumina su vida y la de quienes acuden a ella buscando alivio frente al miedo de morir.
La visión médica: entre la clínica y lo inexplicable
El relato de Carmen, con su fuerza emocional y su nivel de detalle, no sólo impacta como vivencia personal: también interpela a la ciencia. Y es precisamente en ese punto —donde la experiencia subjetiva toca los límites de la medicina— que aparece la voz de un medico salteño, con más de cuarenta años trabajando en emergencias, cuidados intensivos y unidades coronarias, que prefirió no ser identificado.
Su visión, lejos de caer en el sensacionalismo, intenta sostenerse en la evidencia. Pero aun así, confiesa que hay episodios que la ciencia no termina de explicar.
Cuarenta Años Frente al Límite
“Tengo 40 años de trabajo en terapia intensiva, 40 años en emergencia móvil, en cardiología, en coronaria. Situaciones de paro cardíaco he tenido cientos; cientos.”Así comienza, casi como una advertencia: ha visto demasiado como para dejarse sorprender fácilmente. Sin embargo, admite que hay casos que, aun hoy, lo acompañan.
El Paciente del Fútbol 5
El primer recuerdo que trae a colación sucedió un domingo de tarde:“Me llama un colega amigo. Había un paciente que se infartó jugando al Fútbol 5. Lo llevaron al hospital. Yo estaba en el CTI y lo mandé a buscar.”
Cuando la ambulancia llegó, el paciente hizo un paro cardíaco por fibrilación ventricular mientras lo bajaban.“Entramos al CTI, lo empezamos a reanimar: intubación, masaje cardíaco, ventilación. A los 15 minutos revierte. Toma ritmo normal. A los pocos minutos recobra conciencia.”
Y entonces ocurrió lo inesperado.
“Ya lúcido, me empezó a contar que nos veía desde arriba. Que me veía a mí, al colega que lo trajo, y al otro colega que lo estaba reanimando conmigo. Desde arriba”, contó. El paciente no mencionó túneles, ni luces, pero sí esa percepción extracorpórea, tan común en la literatura sobre ECM.
El veterano medico confesó a CAMBIO que ese fue uno de los casos que lo empujaron a profundizar:“Me empezó a interesar el tema cuando trabajaba en Montevideo. Algunos pacientes contaban cosas raras… cosas que después uno lee en cualquier libro. Entonces empecé a leer trabajos americanos (…) Un trabajo de astronautas sometidos a concentraciones hiperbáricas. Decían que el cerebro, cuando recibe 100% de oxígeno, puede generar este tipo de reacciones. Era lo más lógico. Una explicación fisiológica.”
Pero luego tuvo un caso que derrumbó parcialmente esa teoría.
La Paciente de la Chacra: Una Historia que Él No Puede Explicar
“Esta otra historia contradice mi teoría, te digo.”Le ocurrió a un colega médico, en Salto.
“Este colega era emergencista y sabía perfectamente bien cuando estaba ante un paro cardíaco, y la señora cayó muerta sin pulso, sin respiración, obviamente, y con una amibiazis instalada (la amibiasis es cuando se te dilata la pupila, ¿sabes?”, contó.“Eso -la amibiasis- aparece a los 30 segundos, a los 20 segundos después que se produce el paro cardíaco(…) Comenzó la reanimación: masaje cardíaco, respiración boca a boca.
Y siguió. Y siguió. Sin resultados.“Llegaron a 20 minutos. Llegaron a 40 minutos. En la desesperación, él le pidió por favor que no se muriera (…) Increíblemente, como de película, la mujer empezó a respirar. Volvió el pulso.”
Cuando él llegó a la chacra, cuenta, “Ya estaba respirando, en coma, pero respirando. Tenía pulso. La reanimó en 50 minutos. Y no tuvo ninguna secuela.”
El Dr. hace un silencio al recordarlo. No lo dice en voz alta, pero se nota: ese caso no tiene cabida en ningún libro de fisiología.
Entre la Ciencia y el Misterio
El médico no niega la ciencia —al contrario, se ciñe a ella-, pero también reconoce los límites:“Yo me quedé con la teoría de los astronautas porque era lógica. Pero hay casos que no cuadran. Casos que no tienen explicación fisiológica.”
Su testimonio, sumado al de Carmen, refuerza la hipótesis más honesta: las Experiencias Cercanas a la Muerte no pueden reducirse sólo a imaginaciones, ni a fenómenos espirituales, ni a psicología, ni sólo a neurofisiología.
Se ubican en ese territorio intermedio donde la ciencia observa, pero todavía no puede responder del todo.
La mirada de la Iglesia: entre el misterio y el respeto por la experiencia humana
Para comprender la dimensión espiritual que muchos testigos atribuyen a las Experiencias Cercanas a la Muerte, consultamos a un referente fundamental: el Obispo de la Diócesis de Salto, Monseñor Arturo Fajardo. Le pedimos que compartiera cuál es la posición de la Iglesia frente a estos relatos, que surgen una y otra vez de personas que aseguran haber vivido algo extraordinario en los bordes de la vida.
El Obispo comienza por lo básico: “Lo que la Iglesia dice está basado en la Sagrada Escritura, en la Biblia y en el Catecismo de la Iglesia Católica”. Desde ese marco, recuerda que la muerte es considerada “el máximo enigma de la vida humana”, un misterio que siempre ha conmovido al hombre. Cita un texto litúrgico especialmente significativo: “Aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la esperanza de la futura resurrección”.
Esa esperanza se apoya en una convicción central de la fe cristiana: “Creo en la resurrección de la carne”. Explica que “carne” designa la condición humana, frágil y mortal, y que la Iglesia afirma que el alma sobrevive al momento de la muerte. A partir de allí, enumera las realidades clásicas de la teología de los “novísimos”: muerte, juicio, infierno, purgatorio y cielo. Según esta doctrina, “hay un juicio particular en el momento de la muerte”, donde cada persona se encuentra de manera definitiva con el amor de Dios.
Consultado directamente sobre los relatos como los de Carmen —personas que aseguran haber visto luces, túneles o familiares fallecidos—, Monseñor Fajardo responde con prudencia y apertura:
“Yo respeto mucho todos los fenómenos espirituales. No me atrevería a hacer un juicio de ningún tipo, sino a respetar estas realidades”.
Recuerda que la escatología —la rama de la teología que estudia el final de los tiempos— aborda estos temas desde muchas perspectivas, y que incluso dentro de la Iglesia existe diversidad de enfoques.
Para él, el eje sigue siendo uno: “La muerte ha sido vencida en la resurrección de Cristo”. Ese acontecimiento, afirma, es el corazón de la fe y el punto desde el cual se comprende cualquier reflexión sobre lo que pueda haber “después”. Más allá de debates o interpretaciones, insiste en que la Iglesia sostiene la esperanza en una vida plena y definitiva con Dios.