Por Gerardo Ponce
De León
¡Qué lástima lo que nos ha sucedido con Treinta y Tres! Aún que no tengamos la culpa todos los uruguayos, frente a lo que se venía viviendo, se puso una marcha atrás, frente a los resultados que se venían obteniendo frente a Civid-19. El mundo miraba a nuestro país como otro ejemplo, en la forma que se había encarado esta pandemia. Siempre existe un pero, los que saben, nos dicen que está dentro de lo esperado, demandando un trabajo mayor, para “cerrar” los círculos de contagio.
Pero como buenos seres humanos que somos, buscamos sarna para rascarnos, y lo sucedido en nuestra ciudad, me refiero a la fiesta que se sabe, en una chacra cerca de Salto Grande y otra en la Colonia El Chircal, es de una inmadurez, irresponsabilidad total. Dios quiera que no se tenga que pagar las consecuencias por dicho evento, que significa, otra vez cuarentena, cuidados extras , para todos aquellos que tenemos una “nana” o varias, sobre nuestro cuerpo.
Para mí, sea el motivo que sea, es un acto de egoísmo muy grande, ya que es muy capaz que a muy pocos pagan las consecuencias y por no mirar o medir lo que puede suceder, paga uno o varios. Reitero algo que escribí anteriormente, no debe ser nada agradable tener que hacer una cuarentena, aislado del mundo, cerrado y privado de las actividades cotidianas. Cuando uno la hace voluntariamente, significa la aceptación de muchas cosas, teniendo como principal motivo que cuidándome, cuido a los demás que me rodean. Es de esperar que nadie tenga que pagar nada.
¿Por qué será que somos en muchas cosas tan duros de entender? No es un problema de la juventud, ya que tenemos muchos ejemplos de solidaridad. Basta ver los días domingos a los jóvenes en la entrada de la Universidad, con frio o calor, esperando la donación de la gente para mantener a comedores populares. Lo grande de este gesto es que con su actitud nos llevan a “mirar” a nuestro costado, sin saber ni quien es, ni que hace o cual es su condición. Necesita una ayuda y es lo que vale. Las condiciones o nombre no importa, tiene una urgencia y está en mi hacer lo que pueda para tratar de palear en algo, lo que esté a mi alcance; es un ser humano que me necesita y si puedo lo tengo que ayudar.
Cuantas veces nos olvidamos de dar de: comer al hambriento, abrigar al que tiene frio; escuchar al que me quiere decir algo; ayudar a levantarse al caído, y podríamos seguir con las bienaventuranzas; que no es otra cosa que ver al que tengo a mi lado, como lo que es: un ser humano, con los mismos derechos y obligaciones que tenemos todos. Muchas veces ellos nos enseñan mucho más que lo que podemos o mostramos, nosotros frente a ellos.
En lo poco que me he tenido que enfrentar (uso es término por la falta de preparación que tengo) a estos casos, en los cuales apelo a pensar: ¿por qué llegó a esto y que haría en su lugar?; he llegado a pensar que hay mucha culpa personal, pero también, de parte nuestra, existe un abandono. ¿Cuántas veces hablamos con ellos? ¿Sabemos su nombre? ¿Le brindamos algo de afecto? ¿Permitimos el contagio al “olor a oveja”?; pequeñas cosas que pueden hacer sentir a quien tengo a mi lado, que es considerado una persona. Simplemente con decirle el nombre, cambia nuestra relación.
Por eso me molesta la falta de consideración. Nunca podemos olvidar que todos tenemos nuestros derechos y nuestras obligaciones. Que mi libertad termina donde comienza la del otro. Todo esto no es otra cosa que todos tenemos el derecho a ser respetado. Nos guste o no. Gracias a Dios vivimos en libertad, con derechos y obligaciones.
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