domingo 24 de noviembre, 2024
  • 8 am

Aprender a ser desprendidos

Gerardo Ponce de León
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Gerardo Ponce de León

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Minervine

Por Gerardo Ponce De León
Mirando un informativo por la televisión, nos mostraban y daban cifras de ollas populares en nuestra capital. En un programa radial, de nuestra ciudad, una señora pedía colaboración para mantener a un merendero y comedor. Todo esto es una clara señal de las necesidades que están pasando nuestra gente.
Lo primero que me vino a la cabeza fue el de agradecer a Dios que me da un techo y un plato de comida en la mesa todos los días. Todavía me puedo dar el lujo de poder elegir lo que uno quiera comer, dentro de las cosas que se ofrecen para la mesa, sea para el almuerzo o la cena. Razón mayor para dar gracias a Dios.
Uno ve a las claras que la gente es solidaria y es muy capaz que miren, mucho más que uno, al prójimo. Lo que llama la atención es que esa gente que se dedica a dar comida, muchas veces se tiene que conformar con aceptar lo que sobra de la olla que tenía la comida para los más necesitados.
No quiero caer en el mismo tema que trae consigo este problema, pero tengo que mirar y ver la enseñanza que tendríamos que sacar de estos casos. Es un problema muy difícil de solucionar, es como el caso de la adicción, que arrancan por la familia y sigue por la familia. El hambre y la adicción, dos problemas sociales, de los cuales, en muchos casos, ni idea tenemos de la magnitud de los mismos. Si sabemos que lo primero que pensamos, y hasta en voz alta, que vayan a trabajar, en dejarlos de lado porque están abandonados, y que tienen todo para salir, pero es más fácil pedir que tratar de ganarlo.
Es una forma de pensar muy común, de mucho tiempo atrás, pero el hambre siempre existió y hay en el mundo mucha gente que lo sufre, lo sufrió y lo seguirá sufriendo. Con pensamiento egoísta, miramos el problema así, y le exigimos al gobierno que solucione el problema. Consecuencia de esto, optamos por mirar el problema y cruzarnos de brazos y no queremos ver que podemos hacer para dar una mano.
También tengo que poner dentro de los problemas al frío, y más aún con los días que estamos viviendo. Con la ola polar que se anuncia para esta semana, vamos a llegar a la cuarta y no debe de haber mayor frío que el que se siente si le agregamos el hambre.
Me contaba una cuidadora de autos, que vivía en una piecita, muy chiquita, en la cual tenía un colchón (en el piso) y una mesita, que le servía para todo. Esto me lo decía mientras me daba ropa que le habían dejado para que nos entregaran. Le pregunté si necesitaba algo de lo que estaba dentro de la mochila, a lo que me contestó que la señora ya le había dado, y que se tenía que repartir el resto ya que a ella con eso le daba. Se quedó con una campera que, por lo que me comentó, le servía de abrigo para los pies cuando se acostara. Para muchos es “loca”, pero tiene un corazón de oro, que muchos ni nos “arrimamos” a su forma de obrar. Piensen en el frío y dormir sin abrigo, y con muy poca cosa en la barriga.
Todos los días y a cada instante la vida nos pone ejemplos y a los cuales nos cuesta mirar, ver y aprender de ellos. Nos gana la comodidad, el apego y la indiferencia. Seamos o no católicos, simplemente, con ser cristiano, bastaría para darnos cuenta que podemos hacer algo por los demás y que no nos vamos a morir por eso. Recuerdo a una señora, a la que le fueron a pedir plata para viajar; la que pedía es una gran inventora de situaciones y sabía muy bien donde pedía. Estaba lloviendo y la verdad que estaba empapada. Pese a todo, la señora le dijo que plata no tenía, pero se sacó la campera y se la regaló. La había comprado en un viaje en Europa. Cuando nos contó lo que había ocurrido, agregó: “Que alegría sentí cuando se fue con la campera puesta”.
Ejemplos para aprender a ser desprendidos.