Por el Padre Martín
Ponce de León
Hay varias personas que, por diversas razones, despiertan mi admiración.
A quien hoy hago referencia es alguien que desde hace tiempo sabe despertar mi admiración por su capacidad de entrega. A medida le voy conociendo más admiro su capacidad para la acción.
En oportunidades he llegado a suponer que su jornada posee, por lo menos, 28 horas.
En una oportunidad alguien me decía (refiriéndose a esta persona): “Me pide veinte cosas a la vez pero me banco ello puesto que hace cuarenta cosas a la vez”. Sin lugar a dudas que es así y ello es muy difícil de negar.
Hace y está en todos los detalles que hacen a su actividad, Sale a la intemperie y recuerda nombres y situaciones. Sale a la intemperie y nada le resulta ajeno. Sale a la intemperie y escucha situaciones a las que aporta su sentido común y sus pies sobre la tierra. Parecería que todo es muy sencillo por más que, interiormente, la realidad le conmueve y le hace estar muy lejos de serle indiferente.
Para esa persona todo parece muy simple ya que nunca tiene que detenerse a pensar mucho una palabra de aliento, fortaleza o ánimo a quien lo necesite.
Una persona me dijo: “Vale la pena escucharle pues siempre, a la larga, tiene razón en lo que opina”. Es, también, un elemento de unidad para con su familia.
Siempre posee tiempo y disponibilidad para realizar algún gesto de cercanía para con los suyos. Son los destinatarios de todas sus atenciones y detalles para las diversas situaciones que puedan deber afrontar. Quizás para cualquiera todo su actuar puede resultar una pesada carga pero esta persona lo vive con absoluta normalidad y naturalidad.
Nunca le falta el estallido de su risa que suena como si mil cascabelitos resonaran al instante.
Siempre tiene tiempo y está disponible como para brindar su mano, su hombro o su cercanía solidaria. Siempre he admirado su capacidad para realizar lo que asume como desafío pero ahora le ha añadido la capacidad de realizar, a la vez, diversas tareas.
Esa capacidad es, sin duda, un don que Dios le ha dado y no duda en hacerla actitud de servicio a los demás. Sin duda que Dios le ha obsequiado un don que le hace vivir una vida a la intemperie.
En oportunidades, al verle, me he propuesto aprender e intentar imitarle.
Para esa persona es normal y natural ese estilo de vida pero para mí resultaba un empeño importante. Sé que me resulta imposible llegar a esa capacidad de entrega y acción y, ante ello, solamente puedo limitarme a admirarle.
Cada uno es como es y no debe andar copiando los valores de los demás sino que debe potenciar los suyos puesto que en ello radica su ser lo que debe ser.
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