sábado 18 de mayo, 2024
  • 8 am

La trilla

César Suárez
Por

César Suárez

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Por Dr. César Suárez
La agricultura al igual que toda actividad que se desarrolla sobre la tierra ha tenido un desarrollo muy importante en las últimas décadas, lográndose rendimientos excepcionales en las últimas décadas gracias a la combinación de recursos técnicos y científicos aplicados a este arte.
El estudio de las tierras y la aplicación científica de fertilizantes, las técnicas de roturado, las herramientas apropiadas, la selección de las semillas, las técnicas de riego acorde de las necesidades de cada planta, las cosechas en el momento adecuado con máquinas de tecnología espectacular, han permitido grandes rendimientos en áreas más pequeñas. Toda esta sofisticada tecnología ha encarecido sin duda a la agricultura, pero ha permitido una mayor rentabilidad debido al mayor tonelaje de cereales cosechados, haciendo prácticamente inviable a la agricultura artesanal.
Los que alguna vez han leído las columnas que he venido escribiendo semanal y puntualmente en el diario Cambio en los últimos veintisiete años, sabrán, porque lo he escrito en más de una oportunidad, que yo viví mi infancia en una campaña casi medieval, presenciando rústicos y elementales métodos de producción agropecuaria con arados tirados por caballos, medios de transportes hechos de madera, sin ruedas, arrastrados por la tierra por la fuerza de uno o más yuntas de bueyes, la fuerza de los brazos de los hombres aprovechada en su máxima potencia y mínimo de tecnología.
Cultivos hechos confiando solamente en la generosidad de la tierra con paupérrimos rendimientos, que si tenían alguna mínima rentabilidad era porque prácticamente no tenían costo de producción ya que casi todo era hecho artesanalmente en el ámbito familiar y el costo de vida era casi nada, porque había poco en que gastar ni con qué. Se comía de lo que se producía y lo que se compraba se financiaba con la venta de pollos, algún cerdo, de huevos y de la magra cosecha de cereales que una o dos veces al año, de acuerdo a lo que se plantara, permitía, cuando era más o menos “buena” un transitorio respiro que servía para pagar algunas deudas generadas por lo poco que se compraba.
Pero si esa época era pobre en recursos casi ni se notaba, porque las cosas eran así y la costumbre hacía el resto. Y aunque eran magros los recursos de aquel lugar y de aquella época, son hoy muy ricos los recuerdos y me vienen a la memoria las épocas de cosecha que eran todo un ritual duro y prolongado que iba dejando la huella en los rudos cuerpos de los sacrificados hombres y mujeres que eran las herramientas por excelencia de todo aquel trabajo.
Las plantas de maíz se cortaban con una hoz, impregnando a las cinturas de exquisito dolor, justo en la columna lumbar y un demoledor cansancio al final de la jornada, era el mejor hipnótico para tumbar en la cama temprano en la noche a cada trabajador. Después venía la deschalada, que consistía en separar la mazorca del resto de la planta. La chala quedaba como forraje para alimentar en el invierno al ganado y las mazorcas se desgranaban con una máquina a tracción a sangre o en el mejor de los casos, movida por un motor.
Pero lo sumo de la fiesta era la trilla del trigo, suerte de festival criollo que convocaba a todos los vecinos, que se iban desplazando de establecimiento en establecimiento con la máquina trilladora, pesado armatoste lleno de poleas activada por el motor de un tractor con ruedas metálicas con pesuñas para poderse afirmar en el terreno barroso.
En zorras y carretas se trasladaba los dorados atados de trigo a desgranar. Por un largo caño de la máquina salía la paja molida para formar una montaña a la que se denominaba sierra de paja, por otras “bocas” salía el trigo que se recogía en bolsas y se apilaba en estibas que pronto se llevaba el acopiador para su comercialización.
Y alrededor de la máquina, decenas de personas yendo y viniendo, gurises saltando, subiendo encima de las estivas, estallando de alegría, y las señoras y muchachas ocupándose de la comida, preparando desde días antes las tortas de trilla y acopiando todo lo necesario para que no faltara nada. El desayuno, café con leche y tortas de trilla, el almuerzo un buen ensopado y la merienda, mate cocido y torta de nuevo, de noche, cada uno se iba a su casa y el que no, de nuevo ensopado. Por supuesto que no faltaba el mate, como tenía que ser ni los relatos de historias alrededor del fogón, vivido cuadro de un paisaje que quizás no se repetirá jamás pero aún se dibuja en mis emociones y en mis retinas como si lo estuviera viendo.