sábado 4 de mayo, 2024
  • 8 am

Comenzar con un canto

Padre Martín Ponce de León
Por

Padre Martín Ponce de León

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Por el Padre Martín
Ponce de León
Posado en una pequeña rama de un árbol lo encontraron las primeras horas del día.
Lentamente comenzó a retirar su cabeza de debajo de una de sus alas. Así se fue rompiendo aquella pequeña bolita de plumas.
Nadie, a cierta distancia, podría decir que aquel amasijo de plumas era un pequeño gorrión pasando una noche más.
Sus plumas erizadas le hacían parecer una pequeña bolita gris de algo extraño con nada parecido a un ave.
Con todo el día por delante se comenzó a acicalar para vivir con dignidad una jornada más de libertad, búsquedas, sol y vuelos.
Las hojas que le rodeaban transpiraban la humedad que la noche había dejado depositas sobre ellas. Con rápidos movimientos de su pico fue alisando y ubicando una a una de sus erizadas plumas. Poco a poco fue adquiriendo su forma de gorrión.
Era, ahora, un pequeño gorrión posado sobre una rama. Terminó de acomodar sus plumas y se sacudió una vez, dos veces, tres veces.
Él se agitaba con vehemencia pero lo suyo era tal sutil que la fina rama ni se movió.
Cuando concluyó de sacudirse levantó su cabeza en dirección al saliente sol. Primero fueron unos chilliditos. Quizás necesite, también, acomodar las cuerdas de su garganta. Al comienzo, entre un chillido y otro, había un lapso de silencioso tiempo que se fue acortando con la reiteración de aquellos chillidos.
Sabe lo que le espera. Un largo tiempo a la intemperie. Un largo tiempo a la inseguridad y los riesgos.
Con el sol dando de lleno en las cornisas. Con los techos calientes de puro sol. Con la constante posibilidad de vientos perturbadores. Sabe lo que le espera.
Un largo tiempo de búsquedas. Un largo tiempo a la novedad de lo que ha de poder encontrar. Sale, lleno de sol, en busca de la intemperie, la libertad y sus búsquedas. No tiene comida almacenada. No sabe de agua fácilmente disponible.
Todo, para él, debe ser búsquedas constantes. Búsquedas con incertidumbres. Búsquedas colmadas de riesgos. Sabe lo que le espera puesto que ello es parte de su jornada.
Pero aún no ha comenzado su jornada y aquellos iniciales chillidos se han convertido en canto. Un canto prolongado y por demás particular.
Canta saludando al nuevo día. Canta agasajando al sol. Canta porque, una vez más, está maravillosamente vivo.
Canta sin ignorar la intemperie en la que vive y las búsquedas que le esperan un poco más allá de las ramas y las hojas húmedas. Canta y su canto adquiere más y más vértigo y fuerza.
Canta y su canto es gratitud y gratuidad. Canta y su canto es su forma necesaria de comenzar agradecido el día.