domingo 5 de mayo, 2024
  • 8 am

Hablando de bueyes perdidos

César Suárez
Por

César Suárez

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Por el Dr. César Suárez
Yo que he pasado en mi vida por varios “escenarios” donde tuve que actuar de acuerdo a las circunstancias en términos generales, siempre improvisando un poco intentando no desentonar con el entorno y he podido comprobar a través de las décadas, cambios trascendentes muchas veces, difíciles de imaginar.
En cada lugar suele haber un “entendido”, un baquiano o un referente que obligado por las circunstancias toma la posta e intenta orientar a los demás, muchos basados en la experiencia de vida otros, preparados a través de un aprendizaje sistematizado a través de cursos organizados.
La memoria es un instrumento prodigioso que nos traslada al pasado, muchas veces con la percepción vívida de lo que vivió y se quedó ahí por siempre y en ocasiones con sólo “desempolvar” los recuerdos reaparecen ahí, tan vívidos que parece que fuera ayer por más que han transcurridos varias décadas, cada uno se debe ubicar y entender qué papel le cabe y con que cuenta para llevar a delante ideas y proyectos.
En mi niñez y adolescencia, como ya lo he destacado en más de una oportunidad, viví en la campaña del departamento de Lavalleja en ámbito poco menos que medieval donde toda la vida circulaba en relación a tareas rurales, prácticamente todas a tracción a sangre y la principal herramienta eran bueyes que traccionaban con toda su fuerza de lo que fuera para arrastrar, carros, rastrones y arados.
Los arados eran de 1 o 2 rejas. Para los primeros, bastaba con una yunta, pero para los de 2 rejas se necesitaba 3 yuntas de bueyes en tándem.
Los bueyes era de una mansedumbre y docilidad increíble después que se entrenaban para su tarea, ellos venían mansos para que se les colocara el yugo que se sostenía con coyundas de cuero a los cuernos a través de varias vueltas para que se mantuvieran firmes. Cada insumo que se utilizaba era de construcción artesanal. Siempre se arrancaba muy temprano, bastante antes de la salida del sol y con arado de 2 rejas trabajando todo el día, se podía roturar una cuadra de tierra. Cerca del mediodía, se hacía un descanso para tomar unos mates y almorzar, una suerte de break según expresión moderna, mientras tanto, los bueyes descansaban, tomaban agua y pastaban un rato para arrancar de nuevo.
El buey era en esa época un recurso prácticamente imprescindible y parte ineludible de cualquier paisaje rural por lo que también era un tema obligado de conversación en relación a las características de cada uno con su nombre correspondiente y del buey surgieron desde tiempos inmemoriales, dichos populares que expresaban en forma metafórica, conceptos ajenos a los propios animales.
A mi siempre me han gustado los refranes populares, sabias frases que en pocas palabras expresan la sabiduría popular y los bueyes no son ajenos a ellos.
“Yo sé con los bueyes con que aro” para expresar como se manejaba cada uno en relación a las demás personas, “nunca falta un “buey corneta” referido a alguien disruptivo de conducta fuera de lugar, sin embargo, el diccionario dice que le buey corneta es al que le falta un cuerno.
Cuando se habla de temas intrascendente se dice “hablábamos de bueyes perdidos”.
También cuando una persona anda sola, y no quiere compañía expresa “buey solo, bien se lame”.
“Tira más un bello pubiano de una mujer que una yunta de bueyes” que no merece comentario.
“El que por su gusto es buey, hasta la coyunda lame” referido a individuo obsecuente que ama lo que lo hace sufrir, expresión contraria al verso del poema “El Orejano” de Serafín J. García dedicado al gaucho rebelde donde expresa “Porque no me han visto lamer la coyunda, ni andar hocicando pa’ hacerme de un peso, y saben de sobra que soy duro de boca y no me asujeta ni un freno mulero”
Los bueyes han sido un recurso esencial en la ayuda del agricultor de antaño y todavía se ven en emprendimientos pequeños que por necesidad siguen siendo una herramienta de tracción a sangre primordial de en el laboreo de la agricultura artesanal.