viernes 26 de abril, 2024
  • 8 am

Se equivocó el cardenal

Padre Martín Ponce de León
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Padre Martín Ponce de León

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Siempre se hace notar.
Su canto, en aquel reducido espacio, suele escucharse desde muchos lados.
Es que encuentra como una inmensa caja de resonancia que amplifica su canto.
Es un lugar seguro y cálido por ello todas las mañanas regala sus trinos al barrio.
Muchas veces, al pasar por donde se encuentra, me detengo a escucharle en la seguridad de su espacio.
Ya se ha acostumbrado a ver transeúntes y por ello no le impide continuar su canto el que alguno pasa por el frente de su casa y hasta se detenga a observarlo en pleno canto.
Es una parte más del barrio aunque tenga un espacio bien concreto y no se aparte de allí.
Algunos días un pequeño perro de color canela duerme acunado por el calor y el canto.
Parecería que el cardenal le conoce y no se inmuta ante su presencia.
El hecho de tener un oyente bien visible alienta al cardenal a cantar con más y más fuerza y aquel canto reiterado muchas veces en la mañana hace muy tranquilo el sueño del pequeño perro.
Hace unos días pasé por allí y me llamó la atención no se escuchaba su canto.
Miro hacia donde se encontraba siempre y allí estaba su jaula colgando.
No lograba divisar su penacho rojo y ello hizo me detuviese a observar con detenimiento.
Justo, en ese momento, se abre una puerta y sale la dueña de la casa con una escoba en la mano para limpiar algunas hojas que el viento había hecho entrar.
Saludo, como corresponde, y pregunto por “el cantor”.
La señora sonríe, se acerca a la reja que protege el lugar y se dispone a contarme lo sucedido.
“Una mañana, desde dentro le escuchábamos cantar hasta que en un momento sentimos que revoloteaba con mucha fuerza. Me asomo a la ventana y veo que un gato estaba prendido a su jaula e intentaba atraparlo. Salgo corriendo y abro la puerta. En ese momento el gato se tira al suelo y dispara para la calle. Lo lastimó tanto al pobre pájaro que lo mató”
Yo hice algunos comentarios al respecto y continué mi camino.
Mientras transitaba por la vereda rumbo a casa pensaba en lo trágico del final de aquel incansable y sonoro cantor.
Quizás habrá pensado era alguien más que se sentía atraído por su canto y se equivocó.
Quizás habrá pensado era un nuevo oyente, prolongó su canto y se equivocó.
Quizás habrá pensado sería alguien que se dormiría como el perrito canela y se equivocó.
Quizás gustaba demasiado de hacerse ver y, en lugar de callar, continuó cantando para llamar la atención y se equivocó.
Quizás por estar acostumbrado a la seguridad de aquel espacio se confió y se equivocó.
Se equivocó y ya no se escuchará su canto.
Se equivocó y su jaula cuelga vacía.
Se equivocó y ya no atraerá más miradas.
Se equivocó y ya no resonará la potencia de sus gorjeos.
Supongo los dueños de aquel cantor extrañarás el silencio que emana de la jaula vacía.
Se equivocó el cardenal.
Lo suyo no tiene marcha atrás ni puede corregir se equivocación.
No cantaba, únicamente, para los dueños de la casa pues su canto era propiedad del barrio y se confió aquella presencia iría a disfrutar su canto como muchos.
Se equivocó y fue víctima de su despertar tanta atención.
Se equivocó y aquello que atraía miradas atrajo a su victimario.
Llamaba la atención la potencia de su canto y ahora llama la atención su silencio y todo por el simple hecho de que se equivocó.
Si hubiese conservado el sentido común de su vida en libertad habría quedado en silencio y se habría acurrucado contra el suelo de su jaula para o ser visto pero se equivocó y continuó trinando.
¡Qué pena, se equivocó el cardenal!