viernes 26 de abril, 2024
  • 8 am

¡Felicidades!

César Suárez
Por

César Suárez

202 opiniones

Por el Dr. César Suárez
La felicidad es un estado emocional especial vinculado a la satisfacción personal y vinculada a un determinado acontecimiento que modifica el humor y nos hace olvidar por un tiempo variable de cualquier otro padecimiento y no es otra cosa que la percepción personal que tenemos de la realidad que nos rodea. Es un sentimiento que cada uno elabora en función de sus objetivos y de sus valores.
Sin dudas que es un estado relativo y transitorio que necesariamente se intercala entre logros y frustraciones que habitualmente afectan a cualquiera y que no necesariamente están vinculados a logros grandilocuentes, sino a la escala de valores que cada uno maneje, lo que para una persona puede generar un estallido de felicidad desbordante para otro es un acontecimiento intrascendente, tal es el ejemplo de un resultado deportivo, que de acuerdo a la expectativa que cada uno haya elaborado en su pensamiento, para unos puede ser un logro trascendente, para otros una terrible frustración y para otros, un acontecimiento banal.
En suma, cada uno se hace “el bocho” mientras arma sus expectativas y los logros y las frustraciones dependen de la escala de valores que cada uno se haya armado en el curso de su vida y de la inteligencia de planificar objetivos que se encuentren dentro del marco de lo posible.
De la felicidad se habla en forma permanente e inevitablemente, depende de un equilibrio que afecta el entorno de cada uno y que suele estar vinculada al logro de un determinado objetivo previamente planificado o de un acontecimiento casual e imprevisto que aporte una satisfacción más allá de lo esperado.
En estas épocas de desenfrenado consumismo, para muchos, la felicidad se construye accediendo a objetos que la tecnología vuelca al mercado, descartando en forma continua lo que no hace tanto tiempo generó mi anterior felicidad, pero es una carrera infinita, no tiene techo y que inevitablemente depende de los recursos que cada uno disponga y que, en ocasiones, para obtener esos recursos se debe ocupar un tiempo excesivo, resignando otras necesidades importantes para el momento pero sobre todo para el futuro, tales como el necesario tiempo que requiere el entorno familiar.
Se ha dicho hasta el cansancio que el dinero no compra la felicidad, pero suele ser un bálsamo cuando las necesidades básicas están insatisfechas, pero el exceso de recursos no asegura nada, al punto que la ambición excesiva suele generar frustraciones por no alcanzar objetivos desmedidos.
Tal como decía Séneca, “no es pobre el que poco tiene sino el que demasiado desea”.
La felicidad en un sentimiento relativo marcado por la escala de valores que cada uno haya sido capaz de elaborar en su mente y que de ninguna manera se puede medir en términos económicos.
Hay un hecho curioso que le da valor relativo a lo que se posee. El que tiene cien, y pierde cincuenta, se queda triste, pero si luego recupera veinte, estará feliz con sus setenta, pero si teniendo cien, un día pierde treinta, serán los mismos setenta, pero ahora, estará triste, porque viene de una pérdida, lo que deja claro, que para la felicidad, el valor de las cosas es muy relativo y que la felicidad, cada uno la elabora en su cabeza, con su ambición, con sus frustraciones, con su escala de valores y donde cada uno pone la vara cuando uno intenta lograr la felicidad.
La felicidad suele ser la recompensa por vencer las frustraciones y, por consiguiente, no habrá una sin la otra y los altibajos son la regla. Por nuestra condición humana, la incertidumbre es parte de nuestra historia y habitualmente comprobamos que mucho de lo mismo es demasiado y por más bueno que sea, al final trae aburrimiento y hastío y como dice el refrán, “en la variedad está el gusto” y la realidad nos muestra que la felicidad no es una línea recta sino una sucesión de altibajos que debemos administrar con inteligencia para poder encontrar el equilibrio.