viernes 26 de abril, 2024
  • 8 am

El hombre envase y un cuentito

César Suárez
Por

César Suárez

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Por el Dr. César Suárez
No sé si siempre fue así pero la vida moderna está bastante complicada.
La realidad cotidiana se ha transformado en un bellaco difícil de domar.
La angustia, el estrés, la incertidumbre, para todos, y sobre todo para la juventud, se transforman en un cóctel difícil de digerir con la garganta seca, por lo tanto, algunos, bastantes más que los necesarios, necesitan acomodar el “garguero”, con una buena dosis de líquido etílico que le ayude a sobrellevar tanto padecer, que aparte de resultar para casi todos ellos, de sabor agradable, genera cierta sensación de alegría, chispeante, que suaviza cualquier sufrimiento, hasta hacerlo bastante tolerante. Pero así como el alcohol le pone una buena venda a los padeceres cotidianos, también nos pone venda ante los peligros que habitualmente nos acechan y los hace intrascendentes a los ojos del alcoholizado a la vez que se agrandan en la propia realidad.
Y ahí van, desdibujados, graciosos, con pasos inseguros, liberados de todo protocolo, la corbata, si aún la tienen, torcida hacia un lado, la camisa salida, despeinados, la lengua semi trabada y una expresión inconfundible, reiterativos, ridículos, desenfrenados en un mundo surrealista donde ya nada es igual
Los vehículos se ponen rebeldes y hacen cosas que el propio chofer no se explica. Las curvas se ponen derechas y hasta los árboles andan como sueltos, atravesándose al paso de los chóferes envases, dentro de los cuales, el alcohol se sacude al ritmo de la escabrosidad del terreno y frecuentemente terminan por volcar la bebida que llevan adentro consigo, dejando bastante maltrecho al envase humano que se puso repleto en una noche de pleno disfrute.
Las ideas se evaporan y ya no caben porque fueron desplazadas. No hay lugar para las dos cosas, y el alcohol poco a poco termina por ocupar todo el lugar. El mundo exterior se desdibuja, es más suave, sicodélico e irreal, un calidoscopio se mete en la cabeza y termina por mostrarte una realidad tan diferente, que no existe.
Es otro mundo, distendido, despreocupado, ya casi nada importa, sólo ese momento que da una extraña felicidad.
Pero afuera, el mundo sigue siendo real, con las mismas curvas, las mismas columnas y los mismos árboles que jamás se enteran de los cambios que la impregnación etílica genera en la percepción de ese buen señor con complejo de envase.
Y cuando llega el momento de retirarse, porque se termina la fiesta o porque se termina el alcohol, resulta que hay que irse a la cama, y el señor envase que estaba en su casa, se irá a dormir la mona, y si encuentra la cama mejor, y el que no, tendrá que transitar ese sinuoso camino que se extiende desde donde llenó al tope su envase humano, hasta donde queda su propia cama.
Y es ahí es donde comienza a actuar el calidoscopio, el paisaje se desdibuja y ese trayecto se hace excesivamente peligroso con alto riesgo de salir al día siguiente en la página policial de los diarios o en las invitaciones fúnebres o de que ahí aparezcan sus acompañantes circunstanciales o alguien que tuvo la mala suerte de formar parte del paisaje desdibujado del envase humano al volante.
Las víctimas del alcohol hacen crecer la gráficas de las estadística en forma infame, por ser envase o por estar cerca.
Resulta cómico ese andar sinuoso, el aspecto desarreglado, la lengua trabada, las ideas desdibujadas, pero entre lo cómico y lo dramático apenas si media un instante.
Tanta ridícula escena me rememora una ridícula historia.
Un paisano llegó a un almacén de campaña con su caballo exhausto y sediento después de recorrer interminables y polvorientos caminos. El hombre, se apeó de la bestia, la ató al palenque por simple rutina, porque era muy difícil que se fuera con el cansancio que traía.
El paisano entró al negocio y mientras caminaba hacia el mostrador, pidió una palangana y una damajuana de cinco litros de vino.
El bolichero entregó rápidamente el pedido, el paisano destapó la damajuana y volcó su contenido en la palangana, salió hasta el palenque y le dio de beber al caballo el contenido del recipiente.
El caballo se bebió hasta la última gota de vino. El paisano volvió a entrar y le devolvió la palangana al comerciante y le pidió la cuenta. El pulpero asombrado le preguntó a su eventual cliente. ¿Usted no va a tomar nada? No, respondió el chofer del caballo, yo tengo que conducir.