lunes 6 de mayo, 2024
  • 8 am

El calor de tus manos

Padre Martín Ponce de León
Por

Padre Martín Ponce de León

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Por el Padre Martín
Ponce de León
No sé si en alguna otra oportunidad ya habían entonado aquella canción.
Si ya lo habían hecho, no le había prestado mucha atención, por ello es que sentí que le escuchaba por vez primera. Habla, la canción, de manos, de Tus manos Señor, y, tal cosa, es un tema que me agrada. “Déjame sentir el calor de tus manos” concluía. Lo primero que vino a mi mente fueron aquellas manos grandes que estreché en una oportunidad y me llevó a un: “¡Qué caliente tenés tu mano!”. Sobradamente sé que esas manos son parte de tus manos así como su voz posee el tono de tu voz. Inmediatamente después pensé en tus manos ocupadas de clavo, sangre y cruz.
Son esas manos plenas de amor a las que se hace necesario unir las mías para experimentar el disfrute de tu calor. Si pudiese elegir, Señor…….. ¡Vaya uno a saber cuál de tus manos elegiría! Quizás elegiría tus manos bendecidoras de panes y peces para saciar las necesidades de las gentes. Tal vez elegiría tus manos tendidas a aquella niña cuyos familiares lloran su muerte y tú, al tocar las suyas, le haces despertar entre sonrisas.
Podría elegir aquellas tus manos estrujadas de oración fiel y temor humano que exclaman: “No se haga mi voluntad sino la tuya”. Sin duda que son muchas manos y todas ellas están en las tuyas, Señor crucificado.
Esas son tus manos plenas de amor, cercanas en solidaridad, desbordadas de coherente fidelidad y colmadas de vida. Esas son tus manos plenas de calor. Y………. ¿sabés?………. me dan cierto miedo esas tus manos. Cualquiera en su sano juicio posee sobradas razones para temer. ¡Hasta para vos fue difícil! Esas tus manos de crucificado no se conforman con que las contemplemos con los ojos desbordados de asombro ante tantísimo amor.
Tampoco es un algo que se pueda limitar a un fugaz acercamiento. Nunca te conformás con tal cosa. Vos siempre pretendés más. Buscás una comunión. ¿Comunión de tus manos de crucificado con mis manos? No puedo evitar que tal cosa me asuste. ¿Para recibir el calor de tus manos, necesario se hace “crucificarse” con vos? Sin lugar a dudas que no hay otra forma, no existe otra manera. Es poder lograr que tus manos sean las mías. Es asumir la necesidad de brindarlas sin ocuparme en guardarlas o cuidarlas. Es brindarlas para que, ellas también, se ocupen de clavo, sangre y cruz. Es darlas para que, al igual que las tuyas, el amor se haga comunión de carne y madera, comunión de muerte y vida. “Déjame sentir el calor de tus manos”.
Es renunciar a que las mías sean mías para que pasen a una total y plena disponibilidad.